Page 643 - El Misterio de Belicena Villca
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tampoco en esto han sido originales, pues se integraron a la antigua institución
del cohecho mediante un cambio de nombre que dejó a salvo su dignidad: le
llaman “contribución a la Revolución”. Empero, si de todos modos os requisan,
haréis valer vuestros papeles y vuestro, más valioso talento. ¿Estáis conformes?
En caso contrario os daré más detalles; pero os conviene confiar en la Banda
Verde, que conoce China como nadie.
Von Grossen se había quedado de una pieza: el apoyo logístico con que
contaríamos sería análogo al que brinda un Servicio Secreto. Sin embargo no se
amilanó y volvió a la carga con otra pregunta:
–Supongo que el resto del trayecto estará igualmente cubierto ¿No?
Créame que confiamos en ustedes; mis preguntas obedecen a un fin más bien...
profesional. ¡Eso es: profesional! Soy un oficial de inteligencia y no puedo evitar
interrogar. En verdad en quien confiamos completamente es en el Círculo Kâula:
y ellos nos han puesto en sus manos. Así que debemos tener confianza en la
Banda Verde.
–Hacéis bien en darnos crédito. No os defraudaremos. Y os aseguro que
nuestro hombre los llevará sanos y salvos a Shanghai: él conoce el paso por los
montes Tsing-Ling y a la gente de Han-Kiang, así como a los japoneses de la
guardia fronteriza en Nanking. Mas, por las dudas, antes de partir de aquí os daré
una contraseña para el contacto en Han-Kiang y os diré dónde encontrarlo.
Por el momento, Von Grossen se dio por satisfecho, y los cinco fuimos
conducidos a un amplio cuarto de húespedes, atendidos por solícitas y discretas
damas chinas. En los siguientes días ya habría oportunidad para que el
Standartenführer le arrancase a Thien-ma todos los datos que le interesaban.
Capítulo XXXVIII
Puedo decir, neffe, que los Verdes nos pusieron sin inconvenientes en las
puertas mismas del consulado alemán en Shanghai. El plan se realizó como lo
había previsto Thien-ma. Seis días después nos hallábamos navegando en un
recio y macizo junco por la cenagosa corriente del Yangtse-Kiang. Pasamos
tranquilamente frente a Nanking y, a la altura de la ciudad de Chin-Kiang, dimos
con la confluencia del río Vu-Sang. Con gran habilidad, el capitán viró el timón y
se introdujo en la corriente descendente de este último río, pues 500 km. más
adelante, sobre su orilla izquierda, se levanta la populosa Shanghai.
Es inimaginable la mercancía que transportaba aquel inocente junco. Claro
que no lo sería tanto si se lo inspeccionaba de cerca y se admiraba la hilera de
cañones a babor y estribor, y las dos ametralladoras pesadas a proa y a popa.
Pero las precauciones no estaban de más pues el barco contrabandeaba armas,
explosivos, telas finas, porcelana, metales, minerales, especias, alimentos, opio,
y hasta desertores de ambos bandos chinos o vulgares delatores, además del
clásico cargamento de prostitutas chinas del que ninguna organización semejante
podía prescindir. Junto a tan heterogéneos y peligrosos artículos, nosotros
resultábamos una insignificante molestia. Recién lo comprendimos en Han-Kiang,
al abordar el junco y comprobar el fuerte volumen de mercadería que traficaba la
Banda Verde: como aquél, nos informó nuestro guía, la Sociedad poseía toda
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