Page 647 - El Misterio de Belicena Villca
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Creo, neffe, que los cinco pensamos en ese momento en el Valle de los
Demonios Inmortales, en el vîmâna de Shambalá, en el zumbido mortal, y nos
echamos a reír a carcajadas.
–Ja, ja, ja ¿De los comunistas? No Herr Kónsul: huíamos de sus Jefes –
respondí con los ojos inundados de lágrimas –Ja,ja, ja. Pero no podemos
revelarle quiénes son: ¡no lo creería!
Karl Von Grossen asintió riendo, gesto que imitó Oskar, Bangi y Srivirya. El
sorprendido Cónsul optó por no preguntar más y nos hizo acompañar por el
Secretario hasta el cercano Hotel.
Todo se solucionó en los siguientes días. Llegaron órdenes terminantes de
Alemania para que se nos embarcara inmediatamente y sin discusiones. Siete
días después salíamos en un buque carguero que haría en Macao la primera de
una interminable serie de escalas comerciales. Sin embargo, el Capitán nos
comunicó que “en algún lugar del Océano Indico”, cuyas coordenadas le serían
transmitidas por radio, trasbordaríamos a un buque de guerra. Así ocurrió a
pocas millas de Sumatra: un desconcertado Almirante nos recogió en su crucero
y puso rumbo directo a Alemania. El barco se dirigía a la Argentina junto a otros
dos, ejecutando una maniobra largamente planeada. A la altura de Ciudad de El
Cabo, recibió la orden de desviarse al Océano Indico para alzar cinco pasajeros.
Su nueva misión estaba calificada de “máxima seguridad” y, desde el momento
en que abordaran los misteriosos personajes, debía transmitir en una clave
supersecreta y evitar todo contacto con otros barcos o estaciones terrestres.
Nadie debía poder ubicar al crucero pues, de lo contrario, existía la posibilidad de
que “entrasen en operaciones”. –“¿Quién nos atacaría a nosotros en tiempos de
paz?” –mascullaba el Almirante–. “Debe tratarse de otro juego de Estado Mayor,
una maniobra secreta de prueba para la Kriegmarine”.
El Almirante no imaginaba que si las fuerzas sinárquicas hubiesen
conocido la ubicación de su barco, y la identidad de sus ocupantes, se lo habrían
hundido allí mismo.
Capítulo XXXIX
Veinte días después de partir de Shanghai, desembarcamos en
Hamburgo. Allí nos estaba esperando un oficial del S.D. exterior al mando de un
pelotón; sus órdenes: conducir a Karl Von Grossen, a Oskar Feil, a Srivirya y a
Bangi, en dos coches hacia Berlín. Yo debía apartarme del grupo y abordar un
tercer coche hasta el aeropuerto local, donde un avión me transportaría
igualmente a Berlín.
Ibamos a separarnos por primera vez en varios meses y la experiencia
resultaba dolorosa. Todos habíamos perdido Camaradas y corrido juntos peligros
mortales; las aventuras vividas nos hermanaban. Antes de abandonarlos, Von
Grossen quiso hablarme a solas.
–¡Lo sabía! –me dijo con tono preocupado–. Von Sübermann: ¡Ud. era la
clave primera de la Operación Clave Primera! Y la Thulegesellschaft sólo se
ocupará de Ud. Nosotros, desde este momento, quedaremos incomunicados,
aislados del resto de la para evitar que hablemos. ¡Sabemos mucho, Kurt,
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