Page 652 - El Misterio de Belicena Villca
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–Efectivamente, Bera y Birsa –replicó el asiático, al que llamábamos “Ave
                 Fénix”.
                        –Recuerde Lupus ¿no vio Ud. dos imágenes majestuosas, una a cada lado
                 de la Puerta?
                        –Supongo que se refiere a las figuras  de los bodhisatvas alados, que
                 estaban tallados en las paredes de la garganta, o dvara, o shen, es decir, en la
                 abertura entre montañas al final de la cañada. Las recuerdo perfectamente: en
                 ambas paredes de la garganta de salida, y como de una altura de 25 ó 30 mts.,
                 existían dos bajo relieves que representaban a unos Seres de naturaleza Divina,
                 una especie de “ángeles” o “bodhisatvas” armados.
                        Quedé en silencio unos segundos, evocando aquella inolvidable visión.
                 Luego agregué:
                        –Tenían alas: los dos ángeles exhibían desplegadas sendas alas de
                 paloma. Y vestían túnicas blancas hasta los tobillos: ¡sí, era un traje de Druida o
                 de efod levita! Incluso ostentaban el  trébol de cuatro hojas en el pecho; y
                 pequeñas estrellas, soles, medias lunas, en las guardas. Y recuerdo también sus
                 armas: cada uno tenía su mano derecha cerrada sobre un mango, del que
                 sobresalían a ambos lados dos globos. La escena era muy sugestiva y por eso la
                 recuerdo con tanta nitidez: Yo me  hallaba parado en la garganta de entrada,
                 cuando ya se habían aclarado las cosas con Von Krupp; entonces miré hacia el
                 Oeste, al final de la cañada, y ví el vértice del  abra, o paso, flanqueado por
                 aquellas colosales esculturas. Ambas señalaban con el índice de su mano
                 izquierda la salida,  como invitando a pasar, gesto que asimismo
                 acompañaban con la expresión de sus diabólicos rostros  ; empero,  las
                 manos derechas no cesaban de apuntar con sus globos en dirección de
                 todo posible visitante, es decir, hacia el centro de la cañada. Creo que Yo
                 miraba justamente la garganta del Oeste, y a sus terribles guardianes, cuando
                 surgió desde allí la bola de luz que los tibetanos llamaban “el vîmâna de
                 Shambalá”.
                        –No caben dudas, pues, que Ud. ha estado frente a la Puerta de Bera y
                 Birsa –aseguró Ave Fénix–. Los misteriosos “ángeles” que ha descripto no son
                 tales, ni tampoco “bodhisatvas”, sino Demonios de la peor especie, a los que se
                 denomina comúnmente “Inmortales”: Bera y Birsa son dos Demonios Inmortales
                 que durante miles de años han actuado en Europa y Asia, y cuya imagen Ud. ha
                 tenido la suerte, o la desgracia, según se mire, de contemplar en esa cañada del
                 Tíbet. Su amo, Melquisedec, los destinó hace milenios para que trabajasen en
                 favor de la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido, ocupándose especialmente
                 de sostener la conspiración en el seno  de los pueblos de linaje indoeuropeo,
                 indoiranio e indostánico. En el contexto europeo, Ellos han sido los Archi-Druidas-
                 Supremos que dirigían secretamente a  la Orden druídica, y es por eso que
                 Unicornis y otros Iniciados los califican también de “Druidas” o “Golen”. Pero Ellos
                 son seres mucho más poderosos que los Druidas, a quienes mandan.
                        Por ejemplo, Ellos han sido distinguidos por Rigden Jyepo, el Rey del
                 Mundo, con el Poder del Dordje, el arma más terrible del Sistema Solar. Dordjes:
                 ¡esas eran las armas, semejantes a dos globos unidos por un mango, que Ud.
                 observó en los bajos relieves de los Inmortales! Pero Ud. Lupus, no sólo percibió
                 los Dordjes tallados en la piedra:  Ud. experimentó en carne propia su
                 mortífero poder.


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