Page 650 - El Misterio de Belicena Villca
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Corría el mes de Enero de 1939. El año nuevo lo pasamos en alta mar,
con Von Grossen y otros Camaradas. Pensé en ellos mientras Tarstein me
guiaba hacia una estancia en la que nunca había entrado, situada en la planta
alta. Pensé en ellos y recordé las noticias que traía: a mi juicio, la expedición de
Ernst Schaeffer había fracasado en su propósito de sellar el pacto entre las
“fuerzas sanas de Alemania” y la Fraternidad Blanca de Chang Shambalá. Si no
me equivocaba, la Puerta de Shambalá se había cerrado antes de llegar a ningún
acuerdo, y, por consiguiente, la destrucción del Tercer Reich y la instauración
universal de la Sinarquía no estaban aseguradas para el Enemigo.
Corría Enero de 1939 y la Segunda Guerra Mundial empezaría en
Septiembre de ese año.
En derredor de una extraña mesa con forma de media luna, se sentaban
16 Iniciados de la Orden Negra . Aparte de Tarstein y Rudolph Hess, sólo
reconocí a cuatro más como altas personalidades del Tercer Reich: los diez
restantes eran hasta entonces completamente desconocidos para mí. Todos
vestían de civil, pero supuse que varios serían militares, aunque otros debían ser
indudablemente ciudadanos, especialmente el asiático cuya presencia me llenó
de asombro.
Fui presentado por Tarstein, y los Iniciados me saludaron amablemente,
pero no dieron sus nombres en ningún momento. Por el contrario, se
identificaron con seudónimos tales como Aquilae, Leo, Serpens, Draconis,
Corvus, Pavo, Cycnus, etc. El asiático dijo llamarse Ave Fénix.
Me invitaron a sentarme frente a ellos, en un sillón ubicado en la parte
convexa de la media luna.
–Y bien, Lupus ¿que ocurrió con la Operación Altwesten de Ernst
Schaeffer y con los hombres que perdió la Operación Clave Primera? –preguntó
Tarstein, bautizándome de ese modo.
–Todos muertos o desaparecidos –afirmé–. Tanto los integrantes de la
Operación Altwesten como los nuestros. Pero permítanme, Caballeros, que les
relate paso a paso los hechos sucedidos desde que partí de Alemania.
Nadie se inmutó cuando adelanté la suerte corrida por los ausentes. Ni
durante las horas siguientes, empleadas en la narración, en la que me esmeré
por brindar los principales detalles y presentar la información lo más objetiva
posible. Tarstein amenizó la extensa velada con dos rondas de café, la última
acompañada de exquisitas confituras. Y casi no fui interrumpido, salvo para
solicitar alguna aclaración concreta. Como comprendería luego, aquellos
hombres no necesitaban preguntar nada pues eran todos extraordinarios
clarividentes; poseían lo que denominaban en la Thulegesellschaft: Facultad de
Anamnesia, vale decir, un poder propio de los Iniciados Hiperbóreos que les
permitía explorar los Registros Culturales Akashicos.
Desde allí, desde la Gregorstrasse 239, ellos habían visto cuanto Yo les
relatara de nuestras aventuras en el Asia.
–No lo tome a mal, estimado Lupus, –dijo Tarstein al fin– pero le vamos a
rogar que aguarde abajo. Debemos sostener un Consejo.
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