Page 651 - El Misterio de Belicena Villca
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Una hora más duró la deliberación, hasta que fui convocado nuevamente.
                 Konrad Tarstein abrió el diálogo:
                        –Lo felicito, Lupus: unánimemente hemos coincidido en que la Operación
                 Clave Primera ha sido un éxito. A pesar de las pérdidas, que nada cuestan frente
                 al beneficio espiritual de haber frustrado  los planes de los Demonios. Los tres
                 caídos, Heinz, Hans y Kloster, serán condecorados, así como también Von Krupp
                 y sus hombres, pues no participaban de la conspiración de Schaeffer.
                        –Permítame interrumpirlo, Kamerad Unicornis. Está muy bien eso de
                 condecorar a los muertos, pero ¿y qué me cuenta de los vivos? ¿que va a pasar
                 con Karl Von Grossen, Oskar Feil, y los dos tibetanos? ¿dónde están ahora?
                        –Incomunicados, por supuesto –confirmó fatalmente Tarstein–. Mire,
                 Lupus, solamente podríamos dejarlos libres, y aún promoverlos, si Ud. se
                 encarga de que no hablen fuera de lugar.
                        –¿Y cómo haría Yo para dar semejante crédito?
                        –Es simple, Lupus: sólo habría que formar un cuerpo dirigido por Ud. Por
                 ejemplo, Oskar Feil sería desde hoy su  asistente; y Ud. se encargaría de
                 controlarle la lengua. Del mismo modo, Karl Von Grossen se dedicaría a entrenar
                 un equipo de Elite para apoyarlo en sus futuras misiones, y estaría en
                 permanente contacto con Ud. ¿Qué le parece?
                        –Estoy de acuerdo –afirmé aliviado–, y muy complacido; porque esos
                 hombres merecen el mejor trato: son valientes y patriotas sin precio. Pero ahora,
                 Señores, luego de aclarar ese asunto que me preocupaba ¿podría hacer Yo
                 algunas preguntas?
                        –Desde luego –aceptó Tarstein “Unicornius”.
                        –Bueno. El caso es que Uds. parecen saber qué ocurrió en aquel valle del
                 Tíbet. Podrían entonces, aclararme algunas dudas. Por ejemplo ¿por qué fuimos
                 atacados y por quién? Y también tengo un interrogante, quizás no tan “serio”
                 como los anteriores, pero que no me avergüenza plantear aquí: es sobre el futuro
                 del perro daiva. No puedo negarles,  Señores, que me ha causado gran
                 contrariedad dejar a Vruna enjaulado en Hamburgo, teniendo en cuenta que se
                 trata de un ejemplar único en la Tierra y que está próximo a dar a luz.
                        –¡Tiene Ud. razón, Lupus! –aceptó  Tarstein–. Mañana temprano
                 enviaremos al mejor oficial veterinario de la  , y su equipo de asistentes, con la
                 misión de cuidar y transportar sano y salvo a Berlin al perro daiva. No tenga
                 dudas, que valorizamos a ese animal en su justa medida y lo consideramos un
                 arma secreta del Tercer Reich.
                        Y sobre lo que preguntó primero: –prosiguió Tarstein– ¡fueron Uds.
                 atacados por los Druidas!
                        –¿Por los Druidas? –repetí incrédulo– ¡Pero si estábamos en el Tíbet!
                        –Sí, por los Druidas. ¿Recuerda lo que le advertí el primer día que vino a
                 esta casa?:  “de entre los cazadores de la Sinarquía, los Druidas están
                 encargados de cobrar las piezas de  su especie” ... de su especie, Von
                 Sübermann . Le sorprende que ellos lo hayan emboscado en el Tíbet, pero debe
                 tener presente que Ud. se fue a meter en “La Puerta de Bera y Birsa”, vale decir,
                 la siniestra abertura por la que ingresan a Shambalá los Sacerdotes de
                 Melquisedec. En esa puerta en particular deseaba llamar Ernst Schaeffer, porque
                 de allí han provenido hace miles de años los Archi-Sacerdotes y Archi-Druidas de
                 las Ordenes europeas de la Fraternidad Blanca.
                        –¿Bera y Birsa? –pregunté desconcertado.

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