Page 653 - El Misterio de Belicena Villca
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Lo miré boquiabierto. Y  Ave Fénix aclaró aún más lo que mis oídos se
                 negaban a escuchar.
                        –Concretamente, Lupus: el zumbido de abejas que sintió, y que causó la
                 muerte de sus Camaradas, no es otra cosa más que la manifestación acústica del
                 Poder del Dordje, el cual actúa además en los otros cuatro tattvas; con el Dordje
                 es posible emitir el  om o el  yod final, el monosílabo de la disolución de las
                 Formas Creadas, que es idéntico al bija  del Principio de la Creación. Es muy
                 posible que haya sido el Demonio Bera quien aplicó el Poder del Dordje sobre su
                 corazón. En síntesis, tenga por cierto que ha estado frente a la Puerta de Bera y
                 Birsa, en un desfiladero del Tíbet conocido desde remotos tiempos como  “La
                 Brea”. Desde luego, a La Brea no es fácil llegar, es decir, no es fácil alcanzar su
                 garganta Este, pero curiosamente en muchos mapas antiguos figura allí donde
                 Uds. la encontraron, junto a los montes Altyn Tagh.
                        –No puede ser –negué irracionalmente–.  Yo vi un vehículo volador, un
                 navío extraterrestre; no sé que era, pero con seguridad el zumbido brotaba de él.
                        –Pues así es, apreciado Lupus: el fenómeno que Ud. vio era el Demonio
                 Bera en todo su Poder. No se trataba de un navío volador, ni de un vîmâna o
                 avión desconocido, sino de una “unidad absoluta de energía” del Universo
                 animada por la infernal “Inteligencia” de Bera, que es la Sefirah Binah. Una
                 “unidad absoluta de energía”, “un átomo arquetípico”, adoptado por Bera
                 para presentarse y desencadenar la Fuerza disolvente del Dordje: eso es lo
                 que Ud. presenció, aunque creyó ver otra cosa.
                        –No es posible –repetí turbado,  resistiéndome a aceptar que aquella
                 Presencia Mortal fuese en verdad un Demonio, “Inmortal”, y que ese Monstruo
                 estuviese finalmente tras mis pasos. Comenzaba a comprender lo que quería
                 significar Tarstein al advertirme sobre  “los cazadores de la Sinarquía” que
                 procurarían cobrar piezas “de mi especie”.
                        Imperturbable, Ave Fénix continuó explicando:
                        –El átomo arquetípico es la Forma Primordial por excelencia, el Huevo de
                 Brahma, la mónada hecha a imagen y semejanza de El Uno: todos los átomos
                 reales y todas las formas atómicas, todas las unidades, emanan de él y participan
                 de su existencia ejemplar. ¿Y sabe por qué Bera adoptó esa forma para
                 manifestarse ante Ustedes y emplear el Poder del Dordje?  Porque el único
                 modo que le resta a un Demonio como El, traidor al Espíritu del Hombre,
                 para resistir el Signo del Origen que Ud. exhibe, es encerrarse en la unidad
                 absoluta de la Mónada Creada. Pero ya ha visto el resultado de esa táctica,
                 Camarada Lupus:  no ha podido con Ud., con el Signo del Origen que Ud.
                 posee, y las Puertas de Shambalá se han cerrado para nuestros enemigos.
                        –Oh, Yo no sería tan optimista, Camarada Ave Fénix –sugerí, al tiempo
                 que me estremecía agitado por antiguos y nuevos terrores–. Le hago presente
                 que si conservo la vida no es precisamente por efecto del  Signo sino gracias a la
                 intervención de esos guerreros increíbles que son los monjes kâulikas, y la
                 colaboración inestimable de los perros daivas que nos sacaron de la cañada de
                 Altyn Tagh.
                        –Ah, Camarada Lupus, me temo que Ud. no comprende la situación.
                        Ave Fénix me hacía el mismo reproche que Karl Von Grossen.
                 Evidentemente Yo comprendía nada, o muy poco, de lo que ocurría a mi
                 alrededor. O todos pretendían comprender mejor que Yo lo que pasaba. O Yo me
                 estaba tornando extremadamente obstinado o estúpido. Mas, sea lo que fuere,

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