Page 721 - El Misterio de Belicena Villca
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situación”, pero debemos emplear todo nuestro poder para salvar el pellejo de los
Sabios.
Y así continuó protestando un buen rato, mientras Yo lo atendía con
paciencia. Finalmente, se refirió a lo que nos interesaba con urgencia.
–En resumen, neffe, que a falta de mayor comprensión, me atendré al
principio que para mí es más claro: los Inmortales no pueden morir. Y aquí va
la advertencia del Capitán Kiev. En general, aprobó lo que propones hacer, pero
me dijo estas enigmáticas palabras: “al finalizar la operación recién verán lo
que no contemplaron al principio, pero que si lo hubieran visto al principio
les impediría finalizar la operación”. Dime tú, en quien los Dioses confían, qué
quiso decir con tan ambigua advertencia.
–Querido tío Kurt, he de ser tan sincero como tú: no lo sé con seguridad,
pero presumo que nos está avisando sobre una falla en el plan; sobre algo, un
detalle importante, que he pasado por alto y que, de considerarlo, quizás me
haría desistir de seguir adelante. Pero aún así, nos aconseja actuar y eso
haremos. Mas no dejaré de darle vueltas al asunto; meditaré una y mil veces en
el plan para tratar de descubrir lo que está oculto a mi visión estratégica: no me
gustaría recibir una sorpresa al final; y no me arriesgaría por nada del mundo si
no estuviese convencido de que vamos a ganar. ¡La sorpresa, tío Kurt, la deben
recibir los asesinos! ¡Nosotros tenemos que dominar todas las variables del
ataque para evitar ser a la vez sorprendidos! ¡Y juro que no dejaré elemento sin
considerar hasta que haya adquirido la máxima seguridad en la operación!
Cuarenta y cinco minutos después de haber subido, regresamos junto al
Comisario Maidana: se hallaba plácidamente dormido en el sofá donde lo
dejamos sentado. Tío Kurt me preguntó, al bajar las escaleras, sobre la táctica
que adoptaría para obtener la particular ayuda que necesitábamos de él.
–¿Has pensado en lo que le dirás? No irás a darle detalles de la operación
¿no? –me saturó con sus dudas–. Mira, neffe: Yo no me fío de él, ni de ninguna
persona como él. Padecen de gran confusión ideológica y no pueden ser
verdaderos Camaradas: hoy están contigo y mañana no sabes a quien
responderán.
–¡Despacio tío Kurt, despacio! –traté de serenarlo–. No desprecies así a
quien representa nuestro único apoyo. Aquí, en la Argentina, él es de lo mejor
que hay: ¡ya no estamos en el Tercer Reich! ¡Eso pasó! El Führer ya no está a la
vista para despertar la lealtad sin límites que tú sientes. ¡Al Führer sólo lo
vemos nosotros, los Iniciados! Y no podemos exigirles a ellos que se comporten
como Caballeros si están obligados a vivir en el mundo de la pre-Sinarquía
Universal: ¡recuerda que tú mismo preferías morir que sobrevivir en este mundo!
Sé, pues, un poco tolerante; y no te preocupes, que sólo le diré lo que él desea
oir. Comprende, tío Kurt, que no debo mentir; pero tampoco puedo decirle toda
la verdad . Le revelaré, entonces, parte de la verdad, aquella parte que él
ansía conocer y que a nosotros no nos afecta que él conozca .
Desperté a Maidana, con una taza de café en la mano. Se disculpó por su
“falta de control” y se recompuso al instante. Bebía el café como agua y en
cuestión de minutos consumió tres tazas, mientras escuchaba mi propuesta.
–Le hablaré como Camarada Nacionalista, Comisario Maidana –aclaré–.
Hemos coincidido, con mi amigo, en que efectivamente Ud. puede facilitarnos el
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