Page 725 - El Misterio de Belicena Villca
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importancia tenía darle forma Ritual a la muerte de una pobre alienada, o al
múltiple asesinato de su familia? Es lo que no acabo de entender.
Lo miré desalentado. ¿Cómo explicarle que los Rituales serían efectivos si
quienes los realizaban son Magos de la calidad de Bera y Birsa? Debió leer la
decepción en mi semblante porque levantó los brazos en expresión de stop y
retrocedió sonriente hacia su coche.
–Ahora no, ahora no, Dr. Ud. está tan cansado como Yo y no conviene
continuar con las hipótesis sino ir a dormir cuanto antes. Cuando vuelva, le dije.
¡Verá que entonces hallará la manera de explicármelo!
Se fue de inmediato, y nunca más lo volví a ver.
Esa noche, un silencio sepulcral descendió sobre la Finca. Tío Kurt se
entretuvo una hora en examinar las armas, en tanto Yo utilizaba ese tiempo para
enterrar a Canuto. Mi fiel perro había recibido una especie de rayo en medio del
cuerpo, tal vez un golpe del Dordje, y estaba convertido en un guiñapo: ya nunca
jamás me esperaría en la tranquera para brindarme su afecto, durante esos
doscientos metros hasta la casa que le correspondían sólo a él. Y ya nunca
jamás volvería a ver a mis padres, y a mi hermana con sus niños, al final del
camino. ¡Malditos Demonios Bera y Birsa! ¡Malditos Sacerdotes de El Uno
Jehová Satanás! ¡Malditos Sacrificadores Sagrados! Pronto, muy pronto nos
veríamos las caras nuevamente y serían ajusticiados. No “Bera y Birsa” pues,
como repetía tío Kurt, “los Inmortales no pueden morir”, pero sí los “asesinos
orientales” de mi familia, la manifestación humana de Bera y Birsa. Ellos
conocerían mi furia; la de tío Kurt; y la de todos los integrantes de la Casa de
Tharsis que Ellos asesinaron, atormentaron, y persiguieron, y que ahora parecían
venir en mi ayuda y alentarme. Porque si había tenido fuerza de voluntad para
imponerme a tío Kurt y forzarlo a aceptar mi plan era ciertamente por eso: porque
tenía la certeza de que eliminar a los asesinos orientales era una cuestión de
Honor; por sobre todas las cosas; y sentía patentemente que en ese anhelo me
acompañaba espiritualmente la Casa de Tharsis. Veía claramente a Belicena
Villca; y escuchaba que me hablaba, que se refería a las últimas palabras de su
carta y me decía: “Sí, Dr. Siegnagel; ¡es una cuestión de Honor acabar con Bera
y Birsa! ¡Ellos han cometido un error y Ud. lo debe aprovechar; la Casa de
Tharsis lo acompaña en su decisión! ¡ahora demostrará que es un Kshatriya! ¡Y
después, muy pronto, nos volveremos a ver durante la Batalla Final, o en el
Valhala!”.
El Espíritu de Belicena Villca me guiaba; estaba seguro de ello; quizás
fuese Ella quien trajera tan oportunamente al Comisario Maidana a Cerrillos.
Terminé de sepultar a Canuto al pie de mi lapacho favorito, y regresé a la casa.
Tío Kurt se había retirado al cuarto superior llevando consigo la totalidad
del equipo. Yo bebí el enésimo café del día y fui apagando las luces hasta llegar
a mi cuarto, es decir, al cuarto que perteneciera a Katalina, y me sumergí
rápidamente en la reparadora indiferencia del sueño.
Capítulo XI
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