Page 727 - El Misterio de Belicena Villca
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El 25 de Marzo lo dedicó tío Kurt íntegramente a construir la orden con el
Kilkor svadi: toda la operación dependía de la precisión de esa orden y resultaba
comprensible su meticulosidad. Sólo empleó unas horas para coordinar conmigo
los movimientos que haríamos frente a nuestros enemigos. Por ejemplo,
acordamos que él dispararía primero, y siempre hacia la izquierda, en tanto Yo
debería cubrir la derecha.
El 25 de Marzo lo dediqué integramente a dejar arreglado el
funcionamiento de la Finca.
Unos vecinos, mediante la participación en el producto de la cosecha,
accedieron gustosos a ocuparse de las viñas y de la futura vendimia; no sería
tarea difícil pues Papá tenía los mecanismos productivos debidamente aceitados
y todo el trabajo se reduciría a administrar el campo y supervisar a los operarios.
Firmamos un contrato improvisado, en el que incluí una cláusula completamente
fuera de lo común: se comprometían a hacer limpiar el lagar y a inyectar los
20.000 litros de Alquitrán en uno de los pozos de agua de la Finca, cuya
napase secó hace años y cuya boca estaba aún abierta con un aljibe. Hice
esto porque no podía correr riesgos de que la Brea fuese a ser vendida o
aprovechada energéticamente: no olvidaba ni por un instante que aquel lago
de asfalto constituía una síntesis orgánica de nuestra sangre, que
representaba la sangre de la Estirpe Von Sübermann.
El 25 de Marzo, a las 18,00 horas, finalmente, adquirí el único elemento
que tío Kurt solicitó para completar el equipo táctico: una garrafa de teflón, con
rosca hermética, rellenada con cinco litros de ácido sulfúrico.
El 26 de Marzo de 1980, estábamos preparados para iniciar la operación.
Capítulo XII
Podríamos haber actuado esa misma mañana, pero tío Kurt prefirió
aguardar el anochecer y emplear el día en repasar hasta el último detalle de la
“Operación Bumerang”. La habíamos bautizado de este modo, un poco en broma
y un poco en serio, considerando que, análogamente a aquellas armas
australianas, los golpes de Bera y Birsa retornarían contra quienes los lanzaron.
A las 19,00 horas ya cargábamos el equipo y nos aprontábamos para
partir. A las 19,30 horas salimos de la casa, pues el crepúsculo muriente
impediría que nadie se asombrara al vernos vestir atuendos militares. Echados
junto a los lapachos, los dogos eran la imagen de la tranquilidad canina. Nosotros
también conservábamos la calma. Y ya no pensábamos en nada. Conocíamos
todos los detalles de lo que debíamos hacer y nuestra única preocupación era
actuar cuanto antes.
Tío Kurt tomó las riendas de los perros daivas y los puso en alerta. Ambos
se pararon bruscamente y, moviéndose con prodigiosa sincronicidad, tensaron
sus músculos y movieron las cabezas hacia arriba, como husmeando en el aire
un rastro inconcebible. Yo permanecía atrás de tío Kurt; llevaba sobre la espalda,
sujeta con cuerdas, la garrafa de ácido, y colgando del hombro, lista para
disparar, la implacable Itaka. Al fin, habíamos decidido vestirnos con el uniforme
de comando por ser invalorablemente más práctico para la acción, aunque luego
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