Page 724 - El Misterio de Belicena Villca
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meses. No se negará a hablar con Ud. cuando sepa que estamos tratando de
proteger a su Camarada.
Capítulo X
A las 18 horas se realizó la penosa inhumación. Los Siegnagel poseían un
amplio mausoleo en el cementerio local y allí serían depositados los cinco
ataúdes: la cremación no sería bien vista por los curas del pueblo. Primero, la
caravana fúnebre pasó por la iglesia, según la costumbre, y allí se ofició una misa
por “el eterno descanso de sus Almas”, fórmula Golen, aún de rigor. El viejo cura,
amigo de mis padres, intentó consolarme por la inmensa pérdida sufrida e insinuó
veladamente que mi alejamiento de la Iglesia podría estar conectado con la
desgracia actual. Prometí regresar a las misas dominicales, como cuando era
niño, y confesarme y tomar la comunión, hasta que el buen hombre quedó
satisfecho.
Una nutrida muchedumbre, entre curiosa y triste, se reunió en la necrópolis
para despedir los restos mortales. Allí estuvieron, puntualmente, Maidana y el
Comisario de Cerrillos. Este último me entregó la previsible citación.
–Lamento molestarte en estos momentos, Arturo, pero sabrás comprender
que tenemos un deber que cumplir. Mañana puedes venir a prestar declaración a
la Comisaría. Es a las 11 horas: te estará esperando el Juez, que también desea
interrogarte.
Prometí concurrir con exactitud y el Comisario se retiró satisfecho. Luego
del responso, el cura también se alejó, y tras de él se dispersó la gente, no sin
antes repetir su pésame. Cuando eché llave al mausoleo, sólo quedábamos tío
Kurt, Maidana y Yo.
Nos reencontramos en la Finca. Con extrema cautela, Maidana bajó cuatro
bolsas de tela de avión que contenían el equipo SWAT. Nos hizo mil
recomendaciones sobre la prudencia con la que teníamos que manejar aquel
material, y algunas aclaraciones de orden práctico. Estaba todo lo prometido y
más aún: agregó borceguíes, pantalones, camisas y boinas, en fin, toda la
indumentaria del comando, manchada con tonos aptos para el camouflage de
monte.
–He cumplido mi parte del trato –afirmó–. Y les deseo suerte en la
operación. Por dedicarme a conseguir esto en tan corto tiempo no he podido
descansar, así que ya me voy pues no me tengo en pie. ¡Ah; investigué sobre el
oficial Diego Fernández! Está en actividad. Ahora es Mayor G2, y se encuentra
destinado en el Batallón de Inteligencia 702, en Buenos Aires. Mañana o pasado
iré personalmente a hablar con él.
–Bien, ¡Adiós, Camaradas! –se despidió solemnemente– ¡Ah; otra cosa, de
la cual ya me olvidaba! Cuando vuelva, Dr. Siegnagel ¿me aclarará aquellos dos
puntos oscuros del caso de Belicena Villca, esos hechos irracionales que
trabaron toda la investigación? Me refiero a ese cuento del asesinato dentro de la
celda herméticamente cerrada, y a la cuerda enjoyada usada en el
estrangulamiento. Sé que existen los crímenes Rituales, y que, quienes los
practican, son justamente miembros de organizaciones sinárquicas. Pero ¿qué
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