Page 73 - El Misterio de Belicena Villca
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Los sobrevivientes de la Casa de Tharsis, curiosamente dieciocho en total,
se hallaban reunidos cerca de la Caverna Secreta, en una estrecha terraza
protegida naturalmente con enormes rocas que permitían una cierta defensa y
desde la cual se podía dominar la ladera de la sierra. Cuenta la saga familiar que,
un momento antes, los Hombres de Piedra, únicos que sabían ingresar en ella,
habían sostenido un consejo en la Caverna Secreta: frente al desastre que se
abatía contra la Casa de Tharsis, juraron dedicar todos los esfuerzos para dar
cumplimiento a la misión familiar y para salvar a la Espada Sabia. Era preciso
que la Estirpe continuase existiendo a cualquier costo; en cuanto a la Espada
Sabia, decidieron que, tras la muerte de la última Vraya, quedase perpetuamente
depositada en la Caverna Secreta, por lo menos hasta el día en que otros
Hombres de Piedra, descendientes de la Casa de Tharsis, observasen en ella la
Señal Lítica de K'Taagar y supiesen que deberían partir: hasta esa ocasión la
Espada Sabia no volvería a ver la luz del día.
Al salir, comunicaron estas determinaciones a sus parientes y requirieron
noticias sobre el Reino. Pero las noticias que llegaban al improvisado refugio eran
extrañas y contradictorias. Se debería descartar una pronta ayuda de los
romanos pues los Golen habían sublevado contra ellos a todos los pueblos de las
Galias, cortándoles el camino hacia España: el acudir en socorro de Tartessos
exigía ahora una expedición muy numerosa, que dejaría desguarnecida a la
misma Roma. Por otra parte, en Tartessos, la victoria cartaginesa había sido
aplastante: toda la tartéside estaba en poder del General Barca, lo que
completaba la ocupación total del Sur de España. A los Señores de Tharsis sólo
les quedaban sus vidas y un batallón de fieles y aguerridos guardias reales. Sin
embargo, algo extraño y contradictorio ocurrió.
Amílcar Barca, es cierto, hizo arrasar Tartessos hasta convertirla en
escombros. En esta acción tanto él, como el ejército mercenario, actuaron
movidos por una furia homicida que superaba todo razonamiento, por una fuerza
indominable que se apoderó de ellos y no los abandonó hasta no haber destruido
completamente la ciudad ya ocupada. Fue como si el odio experimentado durante
siglos por los Golen contra la Casa de Tharsis se hubiese acumulado en algún
oscuro recipiente, quizás en el Mito de Perseo, para descargarse todo junto en
el Alma de los cartagineses. Empero, luego de consumarse la irracional
destrucción, el General Barca y los Jefes militares que lo acompañaban
recobraron bruscamente la lucidez, no siendo ajeno a ese fenómeno la muerte de
los veinte Golen y la partida de Bera y Birsa. Momentáneamente, algo se había
interrumpido, algo que impulsaba al General Barca a desear la aniquilación de la
Casa de Tharsis; y no quedaban más Golen en la tartéside para reiniciarlo.
Entonces, libre por el momento de la pasión destructiva del Perseo argivo,
Amílcar Barca obró con la sensatez de un auténtico cartaginés, es decir, pensó
en sus intereses personales. Para Amílcar Barca el enemigo no estaba
solamente en Roma; allí, en todo caso, estaba el enemigo de Cartago; pero en
Cartago también estaban los enemigos de Amílcar Barca, los que envidiaban su
carrera de General exitoso y desconfiaban de su poder; los que lo habían enviado
ocho años antes a conquistar aquel país inhóspito y no tenían intenciones de
hacerlo regresar.
Pero Amílcar Barca les pagaría con la misma moneda, demostraría hacia
el Gobierno de Cartago la misma indiferencia y usufructuaría en provecho propio
y de su familia el inmenso territorio conquistado: ¡España sería la Hacienda
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