Page 56 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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siento feliz de estar aquí, en Roma, que a los testimonios de su incomparable y glorioso
pasado une las señales de la potencia de la joven Italia fascista. Desde el momento en
que pisé suelo italiano, he encontrado por todas partes una atmósfera de amistad y de
simpatía que me conmueve profundamente. El último otoño, con la misma emoción
íntima ha saludado el pueblo alemán, en la persona de V.E., al creador de la Italia
fascista, al fundador de un nuevo Imperio y al mismo tiempo al gran amigo de
Alemania. El movimiento nacionalsocialista y la revolución fascista han creado nuevos
Estados que hoy se alzan en medio de un mundo de desorden y de descomposición
como figuras de orden y de sano progreso.
Alemania e Italia se han unido estrechamente entre sí por los mismos intereses y por su
comunidad ideológica. Con esto se ha formado en Europa un bloque de 120.000.000 de
almas que están decididas a defender sus derechos vitales y a defenderse contra todas
aquellas fuerzas que trataran de oponerse a su evolución natural. De esta lucha contra un
mundo de incomprensión y de desdén que Italia y Alemania juntas tuvieron que
emprender ha crecido una cordial amistad entre ambos pueblos. Esta amistad ha
mostrado su solidez durante los acontecimientos de los últimos años, e igualmente ante
el mundo, que a los justos intereses vitales de las grandes naciones hay que tomarlos en
cuenta de una o de otra manera. De ahí que sea muy natural que nuestros pueblos
aumenten su amistad, cada vez más satisfactoria en estos últimos años, y la profundicen
también para el porvenir mediante una colaboración constante.
Duce: En el otoño pasado, en el Campo de Mayo en Berlín, proclamasteis como ley
ética, sagrada para vos y para la Italia fascista, la sentencia siguiente: Hablar clara y
francamente y cuando se tiene un amigo marchar con él hasta el final. Yo también, en
nombre de la Alemania nacionalsocialista reconozco esta ley. Hoy quiero responder a
V.E. lo siguiente: Desde que romanos y germanos, según lo que sabemos, se han
encontrado por primera vez, han pasado ya dos mil años. Encontrándome sobre este
venerable suelo de la historia de la Humanidad, siento la tragedia del destino que en el
pasado descuidó que se trazara una clara divisoria entre estas dos razas tan inteligentes y
tan valiosas. La causa fue una serie de indecibles desgracias a través de muchas
generaciones. Hoy al cabo de casi dos mil años resurge de las remotas tradiciones el
Estado romano hacia nueva vida gracias a la histórica labor de V.E., Benito Mussolini.
Y al norte de vosotros ha surgido de numerosos pueblos un nuevo imperio germánico.
Aleccionados por la experiencia de dos mil años, nosotros dos, ahora que hemos llegado
a ser vecinos inmediatos, queremos reconocer aquellas fronteras naturales que la
Providencia y la historia de nuestros pueblos han trazado claramente. Esta patente
delimitación de los territorios vitales de ambas naciones no sólo servirá a Alemania e
Italia para facilitar una feliz colaboración sobre bases de paz, seguridad y duración, sino
que servirá también como puente de ayuda y de protección recíprocas.
Mi voluntad inquebrantable y mi legado al pueblo alemán es que, por esta razón, la
frontera alpina trazada por la naturaleza entre nosotros se considere para siempre como
intangible. Yo sé que de ahí ha de resultar un porvenir grande y próspero para Roma y
para Germania.
Duce: De la misma manera que V.E. y vuestro pueblo habéis conservado la amistad
para Alemania en días decisivos, también yo y mi pueblo mostraremos a Italia la misma
amistad en las horas graves.
La grandiosa impresión que he recibido ya de la fuerza juvenil, de la voluntad de trabajo
y del orgulloso espíritu de la nueva Italia quedarán grabados en mí como recuerdos
imperecederos. Inolvidable será también la visión de vuestros soldados y camisas
negras cubiertos de reciente gloria, de vuestra experimentada flota y del empuje de
vuestra imponente aviación militar. Todo ello me da la convicción de que vuestra
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