Page 186 - Egipto TOMO 2
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EL EGIPTO SUPERIOR
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daba compasión, con sus miembros trémulos y sus labios abultados: mas el corazón se nos
hizo pedazos cuando vimos las quejas y amargo llanto en que prorumpieron las mujeres ó
individuos de la familia que habían acompañado á la ciudad á un joven á quien los recluta-
dores declararon apto para el servicio. No parecía sino que ya le lloraran muerto. «Mi pobre
»hermano,» «mi adorado hijo,» «mi esposo del alma,» «mi sosten, mi camello;» eran las
exclamaciones que escapaban á todos los labios, mezcladas con sollozos, suspiros, lamentos de
dolor y actitudes verdaderamente teatrales con las cuales parecían querer desgarrar los negros
velos que sus rostros ocultaban. La verdad es que de cada cinco reclutas, á duras penas
vuelve uno al país, y más de una, madre se despide de su amado Benjamín convencida de que
le dirige el postrer adiós. El arraez Hussein, que permanecía á mi lado, al verme movido a
compasión aseguróme que la suerte de esos muchachos era verdaderamente dichosa compa-
rada con la que les cabía á los reclutas del tiempo de Mehemet-Alí, en cuya época eran
llevados á las filas con cepos de madera al cuello y cadenas en las manos, añadiéndonos que
él habia podido escapar al servicio; pero merced á haberse mutilado la mano. Observamos
después que muchos ancianos tenian uno ó más dedos en los cuales faltaba alguna falange,
por habérselas cortado de un hachazo ó de un tiro á fin de no tener que acudir al servicio
militar; mas este delito acabó por ser tan frecuente, que para evitarlo no sólo se impuso
á los que lo cometían el condigno castigo, sino que mutilados y todo incorporóseles á un
regimiento.
Refrigerados y bien dispuestos dejamos el baño que nada deja que desear , teniendo en
cuenta que se trata de una ciudad de diez mil habitantes; recorrimos, guiados por el director,
que es un francés, la gran fábrica de azúcar que en ella tiene el virev; echamos al paso una
seguimos nuestro viaje hácia
ojeada á los patios de las casas, exteriormente muy sencillas, y
el Sud. Habríamos deseado desembarcar cerca de Zauiet el-meitin, situada frente la ciudad,
en cuyo punto los habitantes de Minieh entierran sus muertos en un cementerio magnífico,
lleno de numerosas cúpulas, situado detrás de la loma roja, Kom el—ahmar, junto á las
paredes de la cadena arábiga en la cual existen antiguas tumbas adornadas de cuadros; pero
desistimos de ello atentos á aprovechar la brisa favorable, con el propósito de llegar á la
mañana siguiente á las playas de Beni-Hassan. Juzgamos del caso consignar que el antiguo
Minieh, Mena-t, hallábase en otro tiempo situado en este punto; que fué, si así podemos
decirlo, trasplantado á la opuesta orilla; pero que, fiel á su antiguo cementerio, traslada
todavía sus muertos al otro lado del Nilo.
Al rayar el alba Salekh nos despertó. La dahabijeh habia dejado caer el ancla. Un felah,
que con el propósito de darse aires de guia, cosa aquí completamente inútil, empuñaba un
largo bastón, y con él varios muchachos negros con algunos asnos, de mala manera ensi-
llados, atraídos por el aspecto de nuestro buque, permanecian cerca del sitio en que
ancláramos, ante la perspectiva de una ganancia probable. Pocos momentos después cabal-
gábamos á través de los verdes campos, hácia la montaña en cuya abrupta pendiente, como
otros tantos ojos desprovistos de pupilas, distinguíase una dilatada hilera de grutas vacías.