Page 27 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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EL  HELENISMO                     31


      produce  un  idealismo  y  una  intensidad  de  esfuerzo  a  los  cuales  les
      parece  una  finalidad  completa  y  satisfactoria  en  la  vida  destacar  mu­
      cho  en  algún  arte,  αριστεύειν,  ser  el  mejor  atleta  en  los  grandes  con­
      cursos,  el  mejor  poeta  en  los  recitales  públicos.  Además,  como  a  todo
      el  mundo  le  disgustaría  ser  un  mal  zapatero  o  un  mal  constructor  de
      naves,  del  mismo  modo  hemos  de  detestar  la  idea  de  ser  un  mal
      padre  o  un  mal  colega  o  un  mal  ciudadano.  En  todas  las  esferas  de
      la  vida  hay  arete,  que  traducimos  por  virtud  o  bondad  o  perfección,
      lo  que  hay  que  amar,  a  lo  que  hay  que  aspirar  y  que  acaso  se  pueda
      alcanzar.  Los  estoicos  decían  que  es  la  única  cosa  del  mundo  que
      vale  la  pena  tener.  Es  lo  que  Heracles,  en  su  famosa  elección,  pre­
      firió  a  la  riqueza,  al  placer  y  a  todas  las  buenas  cosas  materiales
      de  la  vida.  Aristóteles,  hombre  de  espíritu  sereno,  entregado  a  com­
      pilar  una  enciclopedia  de  las  ciencias,  suspendió  su  trabajo  para  com­
      poner  una  Oda  a  la  Arete:  “ Areté,  que  la  raza  humana  anhela,  el
      mejor  premio  que  la  vida  ofrece,  virgen  por  cuya  belleza  es  una
      dicha  en  la  Hélade  morir...”  Fuertes  cosas  para  dichas  por  un  mesu­
      rado  hombre  de  ciencia  ¿no  es  verdad?
         Ése  es  el  espíritu  que  ha  hecho  santos  y  héroes,  como  ha  hecho
      que  los  hombres  llegaran  al  Polo  Norte  o  atravesaran  el  Atlántico
      en  vuelo;  es  el  espíritu  del  idealista  que  rechaza  una  multitud  de
      cosas  baratas  por  aquella  que  es  infinitamente  preciosa.  Tiene  además
      la  inmensa  ventaja  de  sujetar  los  artistas  a  su  arte,  no  de  someter
      el  arte  al  egoísmo  del  artista.  La  tradición  griega  no  permite  al
      artista  decir :  “ Yo  soy  yo ;  yo  me  expreso  como  me  viene  en  gana
      y  desprecio  todas  las  reglas” ,  como  tampoco  deja  decir  al  ciudadano :
      “Mi  voluntad  es  mi  ley;  yo  estoy  por  encima  de  las  leyes  de  la
      ciudad.”
         Y    aquí  me  detengo,  al  término  de  esta  exposición  tan  fragmen­
      taria,  pues  no  he  dicho  casi  nada  de  la  escultura  ni  de  la  arquitectura,
      que  muchos  consideran  la  obra  más  lograda  o  el  mayor  triunfo  de  los
      griegos ;  ni  nada  de  sus  fracasos  políticos  y  sociales,  de  aquella  des­
      esperada  búsqueda  de  cosmos  y  homonoia,  orden  y  concordia,  que
      penetra  los  siglos  posteriores  del  helenismo.  De  un  modo  que  se  ase­
      meja  extrañamente  al  de  las  naciones  de  la  Europa  moderna,  las
      comunidades  griegas  tenían  conciencia  de  que  nada  de  que  no  fuera
      cosmos  y  homonoia  podía  salvarlas,  pero  la  meta  les  resultó  dema­
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