Page 30 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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     ha  de  leerse  en  silencio  para  sí  mismo,  y  sólo  en  casos  excepcionales
     debe  leerse  en  alta  voz  a  otras  personas,  Para  los  antiguos,  en  cambio,
     significaba  todo  lo  contrario :  el  recitado  era  lo  normal ;  la  excepción,
     la  lectura  individual.
        Ésta  sólo  es una  de  las  muchas  diferencias  a  que  ha  dado  lugar
     la  invención de la  imprenta,  Al  ocupamos  de  la  literatura  antigua,
     una  de  nuestras  primeras  dificultades  consiste  en  desasirnos  del  in­
     flujo  que  sobre  nuestra  imaginación  ejerce  el  libro  impreso.  Los  libros
     de  que  hoy  nos  servimos  podrán  estar  escritos  en  inglés  o  en  latín  o
     en  griego,  pero  en  general  todos  tienen  el  mismo  historial.  Primero  se
     han  escrito  y   corregido ;  luego  se  han  compuesto  en  caracteres  de
     imprenta,  se  han  corregido  al  menos  dos  veces  y,  por  último,  se  e
     han  impreso  en  una  fecha  determinada  y  en  centenares  o  miles  de
     ejemplares  idénticos  que  normalmente  llevan  el  nombre  del  autor  en
     la  portada.  Al  menos  en  esa  edición  el  texto  es  uniforme  y  definitivo.
     Las  páginas  van  numeradas,  de  modo  que  la  consulta  es  fácil,  y  si  el
     lector  no  ha  comprendido  algo  puede  volver  sobre  el  particular  sin
     dificultad  alguna.  El  plagio  se  comprueba  con  facilidad y  la  propie­
     dad  literaria  está  amparada  categóricamente  por  la  ley.
        Ninguna  de estas  circunstancias   se  daban  antes  de  la  invención
     de  la  imprenta.  Es  cierto  que  unos  cuantos  libros  eran  copiados  por
     varios  amanuenses  hábiles  al  dictado  de  un  lector.  Pero  eran  conta-
     dísimas  las  obras  a  las  que  se  hacía  objeto  de  tal  elaboración;  e!
     número  de  ejemplares  de  una  edición  raramente  alcanzaba  números
     de  dos  cifras  en  la  Grecia  clásica  o  las  centenas  en  la  Roma  imperial.
     Pero,  aun  así,  por  haber  diferencias  en  punto  a  escrupulosidad  o  agu­
     deza  de  oído  entre  los  escribas,  cada  ejemplar  difería  de  los  demás
     en  pequeños  detalles,  En  general,  la  copia  de  cada  libro  era  en  sí
     una  empresa  especial,  y  cuando  la  exactitud  importaba,  el  estudioso
     prefería  copiarse  él  mismo  su  Homero  o  la  determinada  tragedia  o
     tratado  filosófico  que  le  interesara.  Éste  es  el  método  que,  según  se
     nos  dice,  se  seguía  en  los  siglos  IV  y  m   a.  f.  C.,  cuando  ya  existía  un
     público  lector  estable;  pero  en  los  comienzos  de la  literatura  griega,
     las  cosas  estaban  muy  lejos  de  haber  progresado  tanto.
        Es  lícito  suponer  que  hasta  fines  del  siglo  vi  a.  J.  C.,  en  la  mayor
     parte  del  territorio  de  la  Hélade  no  había  público  lector.  Lo  que
     nosotros  llamamos  literatura  aún  era  puramente  oral;  era  literatura
     “ dicha” ,  no  escrita.  Existía  un  logos,  y  los  dotados  podían  expresarlo
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