Page 106 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XIX
Al día siguiente, hubo otro acontecimiento en Longbourn. Collins se
declaró formalmente. Resolvió hacerlo sin pérdida de tiempo, pues su
permiso expiraba el próximo sábado; y como tenía plena confianza en el
éxito, emprendió la tarea de modo metódico y con todas las formalidades
que consideraba de rigor en tales casos. Poco después del desayuno
encontró juntas a la señora Bennet, a Elizabeth y a una de las hijas menores,
y se dirigió a la madre con estas palabras:
––¿Puedo esperar, señora, dado su interés por su bella hija Elizabeth,
que se me conceda el honor de una entrevista privada con ella, en el
transcurso de esta misma mañana?
Antes de que Elizabeth hubiese tenido tiempo de nada más que de
ponerse roja por la sorpresa, la señora Bennet contestó instantáneamente:
––¡Oh, querido! ¡No faltaba más! Estoy segura de que Elizabeth estará
encantada y de que no tendrá ningún inconveniente. Ven, Kitty, te necesito
arriba.
Y recogiendo su labor se apresuró a dejarlos solos. Elizabeth la llamó
diciendo:
––Mamá, querida, no te vayas. Te lo ruego, no te vayas. El señor Collins
me disculpará; pero no tiene nada que decirme que no pueda oír todo el
mundo. Soy yo la que me voy.
––No, no seas tonta, Lizzy. Quédate donde estás. Y al ver que Elizabet,
disgustada y violenta, estaba a punto de marcharse, añadió: