Page 109 - Orgullo y prejuicio
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esto  no  me  descorazona  en  absoluto  lo  que  acaba  de  decirme,  y  espero

                llevarla al altar dentro de poco.
                     ––¡Caramba, señor! ––exclamó Elizabeth––. ¡No sé qué esperanzas le
                pueden quedar después de mi contestación! Le aseguro que no soy de esas

                mujeres,  si  es  que  tales  mujeres  existen,  tan  temerarias  que  arriesgan  su
                felicidad al azar de que las soliciten una segunda vez. Mi negativa es muy

                en  serio.  No  podría  hacerme  feliz,  y  estoy  convencida  de  que  yo  soy  la
                última  mujer  del  mundo  que  podría  hacerle  feliz  a  usted.  Es  más,  si  su

                amiga lady Catherine me conociera, me da la sensación que pensaría que
                soy, en todos los aspectos, la menos indicada para usted.

                     ––Si fuera cierto que lady Catherine lo pensara... ––dijo Collins con la
                mayor  gravedad––  pero  estoy  seguro  de  que  Su  Señoría  la  aprobaría.  Y
                créame ––que cuando tenga el honor de volver a verla, le hablaré en los

                términos más encomiásticos de su modestia, de su economía y de sus otras
                buenas cualidades.

                     ––Por  favor,  señor  Collins,  todos  los  elogios  que  me  haga  serán
                innecesarios. Déjeme juzgar por mí misma y concédame el honor de creer

                lo que le digo. Le deseo que consiga ser muy feliz y muy rico, y al rechazar
                su mano hago todo lo que está a mi alcance para que no sea de otro modo.

                Al hacerme esta proposición debe estimar satisfecha la delicadeza de sus
                sentimientos  respecto  a  mi  familia,  y  cuando  llegue  la  hora  podrá  tomar
                posesión de la herencia de Longbourn sin ningún cargo de conciencia. Por

                lo tanto, dejemos este asunto definitivamente zanjado.
                     Mientras acababa de decir esto, se levantó, y estaba a punto de salir de

                la sala, cuando Collins le volvió a insistir:
                     ––La próxima vez que tenga el honor de hablarle de este tema de nuevo,

                espero  recibir  contestación  más  favorable  que  la  que  me  ha  dado  ahora;
                aunque estoy lejos de creer que es usted cruel conmigo, pues ya sé que es

                costumbre incorregible de las mujeres rechazar a los hombres la primera
                vez que se declaran, y puede que me haya dicho todo eso sólo para hacer
                más consistente mi petición como corresponde a la verdadera delicadeza del

                carácter femenino.
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