Page 108 - Orgullo y prejuicio
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buen  partido  a  pequeños  ingresos.  Éste  es  mi  consejo.  Busque  usted  esa

                mujer cuanto antes, tráigala a Hunsford y que yo la vea.» Permítame, de
                paso, decirle, hermosa prima, que no estimo como la menor de las ventajas
                que  puedo  ofrecerle,  el  conocer  y  disfrutar  de  las  bondades  de  lady

                Catherine de Bourgh. Sus modales le parecerán muy por encima de cuanto
                yo pueda describirle, y la viveza e ingenio de usted le parecerán a ella muy

                aceptables, especialmente cuando se vean moderados por la discreción y el
                respeto que su alto rango impone inevitablemente. Esto es todo en cuanto a

                mis propósitos generales en favor del matrimonio; ya no me queda por decir
                más, que el motivo de que me haya dirigido directamente a Longbourn en

                vez  de  buscar  en  mi  propia  localidad,  donde,  le  aseguro,  hay  muchas
                señoritas encantadoras. Pero es el caso que siendo como soy el heredero de
                Longbourn a la muer-te de su honorable padre, que ojalá viva muchos años,

                no estaría satisfecho si no eligiese esposa entre sus hijas, para atenuar en
                todo lo posible la pérdida que sufrirán al sobrevenir tan triste suceso que,

                como ya le he dicho, deseo que no ocurra hasta dentro de muchos años.
                Éste ha sido el motivo, hermosa prima, y tengo la esperanza de que no me

                hará desmerecer en su estima. Y ahora ya no me queda más que expresarle,
                con las más enfáticas palabras, la fuerza de mi afecto. En lo relativo a su

                dote, me es en absoluto indiferente, y no he de pedirle a su padre nada que
                yo sepa que no pueda cumplir; de modo que no tendrá usted que aportar
                más que las mil libras al cuatro por ciento que le tocarán a la muerte de su

                madre. Pero no seré exigente y puede usted tener la certeza de que ningún
                reproche interesado saldrá de mis labios en cuanto estemos casados.

                     Era absolutamente necesario interrumpirle de inmediato.
                     ––Va usted demasiado de prisa ––exclamó Elizabeth––. Olvida que no

                le  he  contestado.  Déjeme  que  lo  haga  sin  más  rodeos.  Le  agradezco  su
                atención y el honor que su proposición significa, pero no puedo menos que

                rechazarla.
                     ––Sé de sobra ––replicó Collins con un grave gesto de su mano–– que
                entre las jóvenes es muy corriente rechazar las proposiciones del hombre a

                quien, en el fondo, piensan aceptar, cuando pide su preferencia por primera
                vez, y que la negativa se repite una segunda o incluso una tercera vez. Por
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