Page 103 - Orgullo y prejuicio
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dio cuenta de que por su inquietud, no había obrado nada bien. Ahora les
tocaba cantar a otros.
––Si yo ––dijo entonces Collins–– tuviera la suerte de ser apto para el
canto, me gustaría mucho obsequiar a la concurrencia con una romanza.
Considero que la música es una distracción inocente y completamente
compatible con la profesión de clérigo. No quiero decir, por esto, que esté
bien el consagrar demasiado tiempo a la música, pues hay, desde luego,
otras cosas que atender. El rector de una parroquia tiene mucho trabajo. En
primer lugar tiene que hacer un ajuste de los diezmos que resulte
beneficioso para él y no sea oneroso para su patrón. Ha de escribir los
sermones, y el tiempo que le queda nunca es bastante para los deberes de la
parroquia y para el cuidado y mejora de sus feligreses cuyas vidas tiene la
obligación de hacer lo más llevaderas posible. Y estimo como cosa de
mucha importancia que sea atento y conciliador con todo el mundo, y en
especial con aquellos a quienes debe su cargo. Considero que esto es
indispensable y no puedo tener en buen concepto al hombre que
desperdiciara la ocasión de presentar sus respetos a cualquiera que esté
emparentado con la familia de sus bienhechores.
Y con una reverencia al señor Darcy concluyó su discurso pronunciado
en voz tan alta que lo oyó la mitad del salón. Muchos se quedaron
mirándolo fijamente, muchos sonrieron, pero nadie se había divertido tanto
como el señor Bennet, mientras que su esposa alabó en serio a Collins por
haber hablado con tanta sensatez, y le comentó en un cuchicheo a lady
Lucas que era muy buena persona y extremadamente listo.
A Elizabeth le parecía que si su familia se hubiese puesto de acuerdo
para hacer el ridículo en todo lo posible aquella noche, no les habría salido
mejor ni habrían obtenido tanto éxito; y se alegraba mucho de que Bingley
y su hermana no se hubiesen enterado de la mayor parte del espectáculo y
de que Bingley no fuese de esa clase de personas que les importa o les
molesta la locura de la que hubiese sido testigo. Ya era bastante desgracia
que las hermanas y Darcy hubiesen tenido la oportunidad de burlarse de su
familia; y no sabía qué le resultaba más intolerable: si el silencioso
desprecio de Darcy o las insolentes sonrisitas de las damas.