Page 102 - Orgullo y prejuicio
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a Darcy con frecuencia, aunque cada mirada la convencía más de lo que se
estaba temiendo. Darcy rara vez fijaba sus ojos en la madre, pero Elizabeth
no dudaba de que su atención estaba pendiente de lo que decían. La
expresión de su cara iba gradualmente del desprecio y la indignación a una
imperturbable seriedad.
Sin embargo, llegó un momento en que la señora Bennet ya no tuvo
nada más que decir, y lady Lucas, que había estado mucho tiempo
bostezando ante la repetición de delicias en las que no veía la posibilidad de
participar, se entregó a los placeres del pollo y del jamón. Elizabeth respiró.
Pero este intervalo de tranquilidad no duró mucho; después de la cena se
habló de cantar, y tuvo que pasar por el mal rato de ver que Mary, tras muy
pocas súplicas, se disponía a obsequiar a los presentes con su canto. Con
miradas significativas y silenciosos ruegos, Elizabeth trató de impedir
aquella muestra de condescendencia, pero fue inútil. Mary no podía
entender lo que quería decir. Semejante oportunidad de demostrar su talento
la embelesaba, y empezó su canción. Elizabeth no dejaba de mirarla con
una penosa sensación, observaba el desarrollo del concierto con una
impaciencia que no fue recompensada al final, pues Mary, al recibir entre
las manifestaciones de gratitud de su auditorio una leve insinuación para
que continuase, después de una pausa de un minuto, empezó otra canción.
Las facultades de Mary no eran lo más a propósito para semejante
exhibición; tenía poca voz y un estilo afectado. Elizabeth pasó una
verdadera agonía. Miró a Jane para ver cómo lo soportaba ella, pero estaba
hablando tranquilamente con Bingley. Miró a las hermanas de éste y vio
que se hacían señas de burla entre ellas, y a Darcy, que seguía serio e
imperturbable. Miró, por último, a su padre implorando su intervención
para que Mary no se pasase toda la noche cantando. El cogió la indirecta y
cuando Mary terminó su segunda canción, dijo en voz alta:
––Niña, ya basta. Has estado muy bien, nos has deleitado ya bastante;
ahora deja que se luzcan las otras señoritas.
Mary, aunque fingió que no oía, se quedó un poco desconcertada. A
Elizabeth le dio pena de ella y sintió que su padre hubiese dicho aquello. Se