Page 101 - Orgullo y prejuicio
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mucho al ver cómo su madre no hacía más que hablarle a lady Lucas, libre
y abiertamente, de su esperanza de que Jane se casara pronto con Bingley.
El tema era arrebatador, y la señora Bennet parecía que no se iba a cansar
nunca de enumerar las ventajas de aquella alianza. Sólo con considerar la
juventud del novio, su atractivo, su riqueza y el hecho de que viviese a tres
millas de Longbourn nada más, la señora Bennet se sentía feliz. Pero
además había que tener en cuenta lo encantadas que estaban con Jane las
dos hermanas de Bingley, quienes, sin duda, se alegrarían de la unión tanto
como ella misma. Por otra parte, el matrimonio de Jane con alguien de tanta
categoría era muy prometedor para sus hijas menores que tendrían así más
oportunidades de encontrarse con hombres ricos. Por último, era un
descanso, a su edad, poder confiar sus hijas solteras al cuidado de su
hermana, y no tener que verse ella obligada a acompañarlas más que cuando
le apeteciese. No había más remedio que tomarse esta circunstancia como
un motivo de satisfacción, pues, en tales casos, así lo exige la etiqueta; pero
no había nadie que le gustase más quedarse cómodamente en casa en
cualquier época de su vida. Concluyó deseando a la señora Lucas que no
tardase en ser tan afortunada como ella, aunque triunfante pensaba que no
había muchas esperanzas.
Elizabeth se esforzó en vano en reprimir las palabras de su madre, y en
convencerla de que expresase su alegría un poquito más bajo; porque, para
mayor contrariedad, notaba que Darcy, que estaba sentado enfrente de ellas,
estaba oyendo casi todo. Lo único que hizo su madre fue reprenderla por ser
tan necia.
––¿Qué significa el señor Darcy para mí? Dime, ¿por qué habría de
tenerle miedo? No le debemos ninguna atención especial como para
sentirnos obligadas a no decir nada que pueda molestarle.
––¡Por el amor de Dios, mamá, habla más bajo! ¿Qué ganas con ofender
al señor Darcy? Lo único que conseguirás, si lo haces, es quedar mal con su
amigo.
Pero nada de lo que dijo surtió efecto. La madre siguió exponiendo su
parecer con el mismo desenfado. Elizabeth cada vez se ponía más colorada
por la vergüenza y el disgusto que estaba pasando. No podía dejar de mirar