Page 96 - Orgullo y prejuicio
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––Lamento que piense eso;, pero si así fuera, de cualquier modo, no nos
faltaría tema. Podemos comprobar nuestras diversas opiniones.
––No, no puedo hablar de libros en un salón de baile. Tengo la cabeza
ocupada con otras cosas.
––En estos lugares no piensa nada más que en el presente, ¿verdad? ––
dijo él con una mirada de duda.
––Sí, siempre ––contestó ella sin saber lo que decía, pues se le había ido
el pensamiento a otra parte, según demostró al exclamar repentinamente––:
Recuerdo haberle oído decir en una ocasión que usted raramente perdonaba;
que cuando había concebido un resentimiento, le era imposible aplacarlo.
Supongo, por lo tanto, que será muy cauto en concebir resentimientos...
––Efectivamente ––contestó Darcy con voz firme. ––¿Y no se deja
cegar alguna vez por los prejuicios? ––Espero que no.
––Los que no cambian nunca de opinión deben cerciorarse bien antes de
juzgar.
––¿Puedo preguntarle cuál es la intención de estas preguntas?
––Conocer su carácter, sencillamente ––dijo Elizabeth, tratando de
encubrir su seriedad––. Estoy intentando descifrarlo.
––¿Y a qué conclusiones ha llegado?
––A ninguna ––dijo meneando la cabeza––. He oído cosas tan
diferentes de usted, que no consigo aclararme.
––Reconozco ––contestó él con gravedad–– que las opiniones acerca de
mí pueden ser muy diversas; y desearía, señorita Bennet, que no esbozase
mi carácter en este momento, porque tengo razones para temer que el
resultado no reflejaría la verdad.
––Pero si no lo hago ahora, puede que no tenga otra oportunidad.
––De ningún modo desearía impedir cualquier satisfacción suya ––
repuso él fríamente.
Elizabeth no habló más, y terminado el baile, se separaron en silencio,
los dos insatisfechos, aunque en distinto grado, pues en el corazón de Darcy
había un poderoso sentimiento de tolerancia hacia ella, lo que hizo que
pronto la perdonara y concentrase toda su ira contra otro.