Page 93 - Orgullo y prejuicio
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ninguna  conversación  con  Darcy  y  se  puso  de  un  humor  que  ni  siquiera

                pudo disimular al hablar con Bingley, pues su ciega parcialidad la irritaba.
                     Pero  el  mal  humor  no  estaba  hecho  para  Elizabeth,  y  a  pesar  de  que
                estropearon todos sus planes para la noche, se le pasó pronto. Después de

                contarle sus penas a Charlotte Lucas, a quien hacía una semana que no veía,
                pronto  se  encontró  con  ánimo  para  transigir  con  todas  las  rarezas  de  su

                primo y se dirigió a él. Sin embargo, los dos primeros bailes le devolvieron
                la angustia, fueron como una penitencia. El señor Collins, torpe y solemne,

                disculpándose en vez de atender al compás, y perdiendo el paso sin darse
                cuenta,  le  daba  toda  la  pena  y  la  vergüenza  que  una  pareja  desagradable

                puede dar en un par de bailes. Librarse de él fue como alcanzar el éxtasis.
                     Después tuvo el alivio de bailar con un oficial con el que pudo hablar
                del  señor  Wickham,  enterándose  de  que  todo  el  mundo  le  apreciaba.  Al

                terminar  este  baile,  volvió  con  Charlotte  Lucas,  y  estaban  charlando,
                cuando de repente se dio cuenta de que el señor Darcy se había acercado a

                ella y le estaba pidiendo el próximo baile, la cogió tan de sorpresa que, sin
                saber  qué  hacía,  aceptó.  Darcy  se  fue  acto  seguido  y  ella,  que  se  había

                puesto muy nerviosa, se quedó allí deseando recuperar la calma. Charlotte
                trató de consolarla.

                     ––A lo mejor lo encuentras encantador.
                     ––¡No  lo  quiera  Dios!  Ésa  sería  la  mayor  de  todas  las  desgracias.
                ¡Encontrar  encantador  a  un  hombre  que  debe  ser  odiado!  No  me  desees

                tanto mal.
                     Cuando se reanudó el baile, Darcy se le acercó para tomarla de la mano,

                y Charlotte no pudo evitar advertirle al oído que no fuera una tonta y que no
                dejase que su capricho por Wickham le hiciese parecer antipática a los ojos

                de  un  hombre  que  valía  diez  veces  más  que  él.  Elizabeth  no  contestó.
                Ocupó su lugar en la pista, asombrada por la dignidad que le otorgaba el

                hallarse frente a frente con Darcy, leyendo en los ojos de todos sus vecinos
                el mismo asombro al contemplar el acontecimiento. Estuvieron un rato sin
                decir palabra; Elizabeth empezó a pensar que el silencio iba a durar hasta el

                final de los dos bailes. Al principio estaba decidida a no romperlo, cuando
                de pronto pensó que el peor castigo para su pareja sería obligarle a hablar, e
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