Page 90 - Orgullo y prejuicio
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satisfacerlas, y, al fin y al cabo, un baile era un baile. Incluso Mary llegó a

                asegurar a su familia que tampoco a ella le disgustaba la idea de ir.
                     ––Mientras pueda tener las mañanas para mí ––dijo––, me basta. No me
                supone  ningún  sacrificio  aceptar  ocasionalmente  compromisos  para  la

                noche.  Todos  nos  debemos  a  la  sociedad,  y  confieso  que  soy  de  los  que
                consideran que los intervalos de recreo y esparcimiento son recomendables

                para todo el mundo.
                     Elizabeth estaba tan animada por la ocasión, que a pesar de que no solía

                hablarle a Collins más que cuando era necesario, no pudo evitar preguntarle
                si tenía intención de aceptar la invitación del señor Bingley y si así lo hacía,

                si  le  parecía  procedente  asistir  a  fiestas  nocturnas.  Elizabeth  se  quedó
                sorprendida cuando le contestó que no tenía ningún reparo al respecto, y
                que no temía que el arzobispo ni lady Catherine de Bourgh le censurasen

                por aventurarse al baile.
                     ––Le aseguro que en absoluto creo ––dijo–– que un  baile como éste,

                organizado por hombre de categoría para gente respetable, pueda tener algo
                de malo. No tengo ningún inconveniente en bailar y espero tener el honor

                de hacerlo con todas mis bellas primas. Aprovecho ahora esta oportunidad
                para  pedirle,  precisamente  a  usted,  señorita  Elizabeth,  los  dos  primeros

                bailes, preferencia que confío que mi prima Jane sepa atribuir a la causa
                debida, y no a un desprecio hacia ella.
                     Elizabeth  se  quedó  totalmente  desilusionada.  ¡Ella  que  se  había

                propuesto  dedicar  esos  dos  bailes  tan  especiales  al  señor  Wickham!  ¡Y
                ahora tenía que bailarlos con el señor Collins! Había elegido mal momento

                para ponerse tan contenta. En fin, ¿qué podía hacer? No le quedaba más
                remedio  que  dejar  su  dicha  y  la  de  Wickham  para  un  poco  más  tarde  y

                aceptar  la  propuesta  de  Collins  con  el  mejor  ánimo  posible.  No  le  hizo
                ninguna gracia su galantería porque detrás de ella se escondía algo más. Por

                primera  vez  se  le  ocurrió  pensar  que  era  ella  la  elegida  entre  todas  las
                hermanas para ser la señora de la casa parroquial de Hunsford y para asistir
                a las partidas de cuatrillo de Rosings en ausencia de visitantes más selectos.

                Esta  idea  no  tardó  en  convertirse  en  convicción  cuando  observó  las
                crecientes  atenciones  de  Collins  para  con  ella  y  oyó  sus  frecuentes
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