Page 87 - Orgullo y prejuicio
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todo  lo  que  le  había  dicho;  pero  durante  todo  el  camino  no  le  dieron

                oportunidad ni de mencionar su nombre, ya que ni Lydia ni el señor Collins
                se callaron un segundo. Lydia no paraba de hablar de la lotería, de lo que
                había perdido, de lo que había ganado; y Collins, con elogiar la hospitalidad

                de los Philips, asegurar que no le habían importado nada sus pérdidas en el
                zvhist, enumerar todos los platos de la cena y repetir constantemente que

                temía que por su culpa sus primas fuesen apretadas, tuvo más que decir de
                lo que habría podido antes de que el carruaje parase delante de la casa de

                Longbourn.
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