Page 100 - Orgullo y prejuicio
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permítame que siga los dictados de mi conciencia que en esta ocasión me

                llevan a realizar lo que considero un deber. Dispense, pues, que no siga sus
                consejos que en todo lo demás me servirán constantemente de guía, pero
                creo que en este caso estoy más capacitado, por mi educación y mi estudio

                habitual, que una joven como usted, para decidir lo que es debido.
                     Collins  hizo  una  reverencia  y  se  alejó  para  ir  a  saludar  a  Darcy.

                Elizabeth no le perdió de vista para ver la reacción de Darcy, cuyo asombro
                por  haber  sido  abordado  de  semejante  manera  fue  evidente.  Collins

                comenzó su discurso con una solemne inclinación, y, aunque ella no lo oía,
                era como si lo oyese, pues podía leer en sus labios las palabras «disculpas»,

                «Hunsford» y «lady Catherine de Bourgh». Le irritaba que metiese la pata
                ante un hombre como Darcy. Éste le observaba sin reprimir su asombro y
                cuando Collins le dejó hablar le contestó con distante cortesía. Sin embargo,

                Collins no se desanimó y siguió hablando. El desprecio de Darcy crecía con
                la  duración  de  su  segundo  discurso,  y,  al  final,  sólo  hizo  una  leve

                inclinación y se fue a otro sitio. Collins volvió entonces hacia Elizabeth.
                     ––Le aseguro ––le dijo–– que no tengo motivo para estar descontento de

                la  acogida  que  el  señor  Darcy  me  ha  dispensado.  Mi  atención  le  ha
                complacido  en  extremo  y  me  ha  contestado  con  la  mayor  finura,

                haciéndome incluso el honor de manifestar que estaba tan convencido de la
                buena  elección  de  lady  Catherine,  que  daba  por  descontado  que  jamás
                otorgaría una merced sin que fuese merecida. Verdaderamente fue una frase

                muy hermosa. En resumen, estoy muy contento de él.
                     Elizabeth, que no tenía el menor interés en seguir hablando con Collins,

                dedicó su atención casi por entero a su hermana y a Bingley; la multitud de
                agradables pensamientos a que sus observaciones dieron lugar, la hicieron

                casi tan feliz como Jane. La imaginó instalada en aquella gran casa con toda
                la felicidad que un matrimonio por verdadero amor puede proporcionar, y

                se sintió tan dichosa que creyó incluso que las dos hermanas de Bingley
                podrían llegar a gustarle. No le costó mucho adivinar que los pensamientos
                de  su  madre  seguían  los  mismos  derroteros  y  decidió  no  arriesgarse  a

                acercarse a ella para no escuchar sus comentarios. Desgraciadamente, a la
                hora de cenar les tocó sentarse una junto a la otra. Elizabeth se disgustó
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