Page 104 - Orgullo y prejuicio
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El resto de la noche transcurrió para ella sin el mayor interés. Collins la
sacó de quicio con su empeño en no separarse de ella. Aunque no consiguió
convencerla de que bailase con él otra vez, le impidió que bailase con otros.
Fue inútil que le rogase que fuese a charlar con otras personas y que se
ofreciese para presentarle a algunas señoritas de la fiesta. Collins aseguró
que el bailar le tenía sin cuidado y que su principal deseo era hacerse
agradable a sus ojos con delicadas atenciones, por lo que había decidido
estar a su lado toda la noche. No había nada que discutir ante tal proyecto.
Su amiga la señorita Lucas fue la única que la consoló sentándose a su lado
con frecuencia y desviando hacia ella la conversación de Collins.
Por lo menos así se vio libre de Darcy que, aunque a veces se hallaba a
poca distancia de ellos completamente desocupado, no se acercó a
hablarles. Elizabeth lo atribuyó al resultado de sus alusiones a Wickham y
se alegró de ello.
La familia de Longbourn fue la última en marcharse. La señora Bennet
se las arregló para que tuviesen que esperar por los carruajes hasta un cuarto
de hora después de haberse ido todo el mundo, lo cual les permitió darse
cuenta de las ganas que tenían algunos de los miembros de la familia
Bingley de que desapareciesen. La señora Hurst y su hermana apenas
abrieron la boca para otra cosa que para quejarse de cansancio; se les notaba
impacientes por quedarse solas en la casa. Rechazaron todos los intentos de
conversación de la señora Bennet y la animación decayó, sin que pudieran
elevarla los largos discursos de Collins felicitando a Bingley y a sus
hermanas por la elegancia de la fiesta y por la hospitalidad y fineza con que
habían tratado a sus invitados. Darcy no dijo absolutamente nada. El señor
Bennet, tan callado como él, disfrutaba de la escena. Bingley y Jane estaban
juntos y un poco separados de los demás, hablando el uno con el otro.
Elizabeth guardó el mismo silencio que la señora Hurst y la señorita
Bingley. Incluso Lydia estaba demasiado agotada para poder decir más que
«¡Dios mío! ¡Qué cansada estoy!» en medio de grandes bostezos.
Cuando, por fin, se levantaron para despedirse, la señora Bennet insistió
con mucha cortesía en su deseo de ver pronto en Longbourn a toda la
familia, se dirigió especialmente a Bingley para manifestarle que se verían