Page 133 - Orgullo y prejuicio
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de sus intrigantes amigos y le arrastraban a sacrificar su propia felicidad al

                capricho de los deseos de aquellos. Si no sacrificase más que su felicidad,
                podría  jugar  con  ella  como  se  le  antojase;  pero  se  trataba  también  de  la
                felicidad de Jane, y pensaba que él debería tenerlo en cuenta. En fin, era una

                de esas cosas con las que es inútil romperse la cabeza.
                     Elizabeth no podía pensar en otra cosa; y tanto si el interés de Bingley

                había  muerto  realmente,  como  si  había  sido  obstaculizado  por  la
                intromisión de sus amigos; tanto si Bingley sabía del afecto de Jane, como

                si  le  había  pasado  inadvertido;  en  cualquiera  de  los  casos,  y  aunque  la
                opinión de Elizabeth sobre Bingley pudiese variar según las diferencias, la

                situación de Jane seguía siendo la misma y su paz se había perturbado.
                     Un  día  o  dos  transcurrieron  antes  de  que  Jane  tuviese  el  valor  de
                confesar sus sentimientos a su hermana; pero, al fin, en un momento en que

                la  señora  Bennet  las  dejó  solas  después  de  haberse  irritado  más  que  de
                costumbre  con  el  tema  de  Netherfield  y  su  dueño,  la  joven  no  lo  pudo

                resistir y exclamó:
                     ––¡Si mi querida madre tuviese más dominio de sí misma! No puede

                hacerse idea de lo que me duelen sus continuos comentarios sobre el señor
                Bingley. Pero no me pondré triste. No puede durar mucho. Lo olvidaré y

                todos volveremos a ser como antes.
                     Elizabeth, solícita e incrédula, miró a su hermana, pero no dijo nada.
                     ––¿Lo  dudas?  ––preguntó  Jane  ligeramente  ruborizada––.  No  tienes

                motivos. Le recordaré siempre como el mejor hombre que he conocido, eso
                es todo. Nada tengo que esperar ni que temer, y nada tengo que reprocharle.

                Gracias a Dios, no me queda esa pena. Así es que dentro de poco tiempo,
                estaré mucho mejor.

                     Con voz más fuerte añadió después:
                     ––Tengo el consuelo de pensar que no ha sido más que un error de la

                imaginación por mi parte y que no ha perjudicado a nadie más que a mí
                misma.
                     ––¡Querida  Jane!  ––exclamó  Elizabeth––.  Eres  demasiado  buena.  Tu

                dulzura y tu desinterés son verdaderamente angelicales. No sé qué decirte.
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