Page 130 - Orgullo y prejuicio
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desalmadas hermanas y de su influyente amigo, unido a los atractivos de la
señorita Darcy y a los placeres de Londres, podían suponer demasiadas
cosas a la vez en contra del cariño de Bingley.
En cuanto a Jane, la ansiedad que esta duda le causaba era, como es
natural, más penosa que la de Elizabeth; pero sintiese lo que sintiese, quería
disimularlo, y por esto entre ella y su hermana nunca se aludía a aquel
asunto. A su madre, sin embargo, no la contenía igual delicadeza y no
pasaba una hora sin que hablase de Bingley, expresando su impaciencia por
su llegada o pretendiendo que Jane confesase que, si no volvía, la habrían
tratado de la manera más indecorosa. Se necesitaba toda la suavidad de Jane
para aguantar estos ataques con tolerable tranquilidad.
Collins volvió puntualmente del lunes en quince días; el recibimiento
que se le hizo en Longbourn no fue tan cordial como el de la primera vez.
Pero el hombre era demasiado feliz para que nada le hiciese mella, y por
suerte para todos, estaba tan ocupado en su cortejo que se veían libres de su
compañía mucho tiempo. La mayor parte del día se lo pasaba en casa de los
Lucas, y a veces volvía a Longbourn sólo con el tiempo justo de excusar su
ausencia antes de que la familia se acostase.
La señora Bennet se encontraba realmente en un estado lamentable. La
sola mención de algo concerniente a la boda le producía un ataque de mal
humor, y dondequiera que fuese podía tener por seguro que oiría hablar de
dicho acontecimiento. El ver a la señorita Lucas la descomponía. La miraba
con horror y celos al imaginarla su sucesora en aquella casa. Siempre que
Charlotte venía a verlos, la señora Bennet llegaba a la conclusión de que
estaba anticipando la hora de la toma de posesión, y todas las veces que le
comentaba algo en voz baja a Collins, estaba convencida de que hablaban
de la herencia de Longbourn y planeaban echarla a ella y a sus hijas en
cuanto el señor Bennet pasase a mejor vida. Se quejaba de ello
amargamente a su marido.
––La verdad, señor Bennet ––le decía––, es muy duro pensar que
Charlotte Lucas será un día la dueña de esta casa, y que yo me veré
obligada a cederle el sitio y a vivir viéndola en mi lugar.