Page 126 - Orgullo y prejuicio
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––¡De qué te sorprendes, Elizabeth? ¿Te parece increíble que el señor

                Collins haya sido capaz de procurar la estimación de una mujer por el hecho
                de no haber sido afortunado contigo?
                     Pero,  entretanto,  Elizabeth  había  recuperado  la  calma,  y  haciendo  un

                enorme  esfuerzo  fue  capaz  de  asegurarle  con  suficiente  firmeza  que  le
                encantaba la idea de su parentesco y que le deseaba toda la felicidad del

                mundo.
                     ––Sé lo que sientes ––repuso Charlotte––. Tienes que estar sorprendida,

                sorprendidísima,  haciendo  tan  poco  que  el  señor  Collins  deseaba  casarse
                contigo.  Pero  cuando  hayas  tenido  tiempo  de  pensarlo  bien,  espero  que

                comprenderás lo que he hecho. Sabes que no soy romántica. Nunca lo he
                sido.  No  busco  más  que  un  hogar  confortable,  y  teniendo  en  cuenta  el
                carácter de Collins, sus relaciones y su posición, estoy convencida de que

                tengo tantas probabilidades de ser feliz con él, como las que puede tener la
                mayoría de la gente que se casa.

                     Elizabeth le contestó dulcemente:
                     ––Es indudable.

                     Y después de una pausa algo embarazosa, fueron a reunirse con el resto
                de  la  familia.  Charlotte  se  marchó  en  seguida  y  Elizabeth  se  quedó

                meditando lo que acababa de escuchar. Tardó mucho en hacerse a la idea de
                un casamiento tan disparatado. Lo raro que resultaba que Collins hubiese
                hecho  dos  proposiciones  de  matrimonio  en  tres  días,  no  era  nada  en

                comparación con el hecho de que hubiese sido aceptado. Siempre creyó que
                las teorías de Charlotte sobre el matrimonio no eran exactamente como las

                suyas, pero nunca supuso que al ponerlas en práctica sacrificase sus mejores
                sentimientos  a  cosas  mundanas.  Y  al  dolor  que  le  causaba  ver  cómo  su

                amiga se había desacreditado y había perdido mucha de la estima que le
                tenía, se añadía el penoso convencimiento de que le sería imposible ser feliz

                con la suerte que había elegido.
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