Page 123 - Orgullo y prejuicio
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señorita Lucas le vio llegar desde una ventana, y al instante salió al camino

                para  encontrarse  con  él  como  de  casualidad.  Pero  poco  podía  ella
                imaginarse cuánto amor y cuánta elocuencia le esperaban.
                     En el corto espacio de tiempo que dejaron los interminables discursos

                de Collins, todo quedó arreglado entre ambos con mutua satisfacción. Al
                entrar en la casa, Collins le suplicó con el corazón que señalase el día en

                que iba a hacerle el más feliz de los hombres; y aunque semejante solicitud
                debía ser aplazada de momento, la dama no deseaba jugar con su felicidad.

                La estupidez con que la naturaleza la había dotado privaba a su cortejo de
                los encantos que pueden inclinar a una mujer a prolongarlo; a la señorita

                Lucas, que lo había aceptado solamente por el puro y desinteresado deseo
                de  casarse,  no  le  importaba  lo  pronto  que  este  acontecimiento  habría  de
                realizarse.

                     Se lo comunicaron rápidamente a sir William y a lady Lucas para que
                les  dieran  su  consentimiento,  que  fue  otorgado  con  la  mayor  presteza  y

                alegría. La situación de Collins le convertía en un partido muy apetecible
                para  su  hija,  a  quien  no  podían  legar  más  que  una  escasa  fortuna,  y  las

                perspectivas de un futuro bienestar eran demasiado tentadoras. Lady Lucas
                se puso a calcular seguidamente y con más interés que nunca cuántos años

                más podría vivir el señor Bennet, y sir William expresó su opinión de que
                cuando Collins fuese dueño de Longbourn sería muy conveniente que él y
                su mujer hiciesen su aparición en St. James. Total que toda la familia se

                regocijó muchísimo por la noticia. Las hijas menores tenían la esperanza de
                ser presentadas en sociedad un año o dos antes de lo que lo habrían hecho

                de no ser por esta circunstancia. Los hijos se vieron libres del temor de que
                Charlotte  se  quedase  soltera.  Charlotte  estaba  tranquila.  Había  ganado  la

                partida  y  tenía  tiempo  para  considerarlo.  Sus  reflexiones  eran  en  general
                satisfactorias. A decir verdad, Collins no era ni inteligente ni simpático, su

                compañía era pesada y su cariño por ella debía de ser imaginario. Pero, al
                fin y al cabo, sería su marido. A pesar de que Charlotte no tenía una gran
                opinión de los hombres ni del matrimonio, siempre lo había ambicionado

                porque era la única colocación honrosa para una joven bien educada y de
                fortuna escasa, y, aunque no se pudiese asegurar que fuese una fuente de
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