Page 135 - Orgullo y prejuicio
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Hiciste alusión a otra cosa. Mencionaste dos ejemplos. Ya sé de qué se trata,

                pero te ruego, querida Lizzy, que no me hagas sufrir culpando a esa persona
                y diciendo que has perdido la buena opinión que tenías de él. No debemos
                estar  tan  predispuestos  a  imaginarnos  que  nos  han  herido

                intencionadamente. No podemos esperar que un hombre joven y tan vital
                sea siempre tan circunspecto y comedido. A menudo lo que nos engaña es

                únicamente  nuestra  propia  vanidad.  Las  mujeres  nos  creemos  que  la
                admiración significa más de lo que es en realidad.

                     ––Y los hombres se cuidan bien de que así sea.
                     ––Si  lo  hacen  premeditadamente,  no  tienen  justificación;  pero  me

                parece que no hay tanta premeditación en el mundo como mucha gente se
                figura.
                     ––No  pretendo  atribuir  a  la  premeditación  la  conducta  del  señor

                Bingley; pero sin querer obrar mal o hacer sufrir a los demás, se pueden
                cometer errores y hacer mucho daño. De eso se encargan la inconsciencia,

                la  falta  de  atención  a  los  sentimientos  de  otras  personas  y  la  falta  de
                decisión.

                     ––¿Achacas lo ocurrido a algo de eso?
                     ––Sí, a lo último. Pero si sigo hablando, te disgustaré diciendo lo que

                pienso de personas que tú estimas. Vale más que procures que me calle.
                     ¿Persistes en suponer, pues, que las hermanas influyen en él?
                     ––Sí, junto con su amigo.

                     ––No  lo  puedo  creer.  ¿Por  qué  iba  a  hacerlo?  Sólo  pueden  desear  su
                felicidad; y si él me quiere a mí, ninguna otra mujer podrá proporcionársela.

                     Tu primera suposición es falsa. Pueden desear muchas cosas además de
                su  felicidad;  pueden  desear  que  aumente  su  riqueza,  con  lo  que  ello  trae

                consigo;  pueden  desear  que  se  case  con  una  chica  que  tenga  toda  la
                importancia que da el dinero, las grandes familias y el orgullo.

                     ––O sea que desean que elija a la señorita Darcy ––replicó Jane––; pero
                quizá  les  muevan  mejores  intenciones  de  las  que  crees.  La  han  tratado
                mucho más que a mí, es lógico que la quieran más. Pero cualesquiera que

                sean sus deseos, es muy poco probable que se hayan opuesto a los de su
                hermano.  ¿Qué  hermana  se  creería  con  derecho  a  hacerlo,  a  no  ser  que
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