Page 134 - Orgullo y prejuicio
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Me siento como si nunca te hubiese hecho justicia, o como si no te hubiese
querido todo lo que mereces.
Jane negó vehementemente que tuviese algún mérito extraordinario y
rechazó los elogios de su hermana que eran sólo producto de su gran afecto.
––No ––dijo Elizabeth––, eso no está bien. Todo el mundo te parece
respetable y te ofendes si yo hablo mal de alguien. Tú eres la única a quien
encuentro perfecta y tampoco quieres que te lo diga. No temas que me
exceda apropiándome de tu privilegio de bondad universal. No hay peligro.
A poca gente quiero de verdad, y de muy pocos tengo buen concepto.
Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo me confirma
mi creencia en la inconsistencia del carácter humano, y en lo poco que se
puede uno fiar de las apariencias de bondad o inteligencia. Últimamente he
tenido dos ejemplos: uno que no quiero mencionar, y el otro, la boda de
Charlotte. ¡Es increíble! ¡Lo mires como lo mires, es increíble!
––Querida Lizzy, no debes tener esos sentimientos, acabarán con tu
felicidad. No tienes en consideración las diferentes situaciones y la forma
de ser de las personas. Ten en cuenta la respetabilidad del señor Collins y el
carácter firme y prudente de Charlotte. Recuerda que pertenece a una
familia numerosa, y en lo que se refiere a la fortuna, es una boda muy
deseable, debes creer, por el amor de Dios, que puede que sienta cierto
afecto y estima por nuestro primo.
––Por complacerte, trataría de creer lo que dices, pero nadie saldría
beneficiado, porque si sospechase que Charlotte siente algún interés por el
señor Collins, tendría peor opinión de su inteligencia de la que ahora tengo
de su corazón. Querida Jane, el señor Collins es un hombre engreído,
pedante, cerril y mentecato; lo sabes tan bien como yo; y como yo también
debes saber que la mujer que se case con él no puede estar en su sano juicio.
No la defiendas porque sea Charlotte Lucas. Por una persona en concreto no
debes trastocar el significado de principio y de integridad, ni intentar
convencerte a ti misma o a mí, de que el egoísmo es prudencia o de que la
insensibilidad ante el peligro es un seguro de felicidad.
––Hablas de los dos con demasiada dureza ––repuso Jane––, y espero
que lo admitirás cuando veas que son felices juntos. Pero dejemos esto.