Page 202 - Orgullo y prejuicio
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e  incluso  el  horror  la  oprimían.  Hubiese  querido  desmentirlo  todo  y

                exclamó repetidas veces: «¡Eso tiene que ser falso, eso no puede ser! ¡Debe
                de  ser  el  mayor  de  los  embustes!»  Acabó  de  leer  la  carta,  y  sin  haberse
                enterado  apenas  de  la  última  o  las  dos  últimas  páginas,  la  guardó

                rápidamente y quejándose se dijo que no la volvería a mirar, que no quería
                saber nada de todo aquello.

                     En  semejante  estado  de  perturbación,  asaltada  por  mil  confusos
                pensamientos, siguió paseando; pero no sirvió de nada; al cabo de medio

                minuto  sacó  de  nuevo  la  carta  y  sobreponiéndose  lo  mejor  que  pudo,
                comenzó otra vez la mortificante lectura de lo que a Wickham se refería,

                dominándose hasta examinar el sentido de cada frase. Lo de su relación con
                la familia de Pemberley era exactamente lo mismo que él había dicho, y la
                bondad  del  viejo  señor  Darcy,  a  pesar  de  que  Elizabeth  no  había  sabido

                hasta ahora hasta dónde había llegado, también coincidían con lo indicado
                por  el  propio  Wickham.  Por  lo  tanto,  un  relato  confirmaba  el  otro,  pero

                cuando llegaba al tema del testamento la cosa era muy distinta. Todo lo que
                éste  había  dicho  acerca  de  su  beneficio  eclesiástico  estaba  fresco  en  la

                memoria  de  la  joven,  y  al  recordar  sus  palabras  tuvo  que  reconocer  que
                había doble intención en uno u otro lado, y por unos instantes creyó que sus

                deseos no la engañaban. Pero cuando leyó y releyó todo lo sucedido a raíz
                de  haber  rehusado  Wickham  a  la  rectoría,  a  cambio  de  lo  cual  había
                recibido una suma tan considerable como tres mil libras, no pudo menos

                que volver a dudar. Dobló la carta y pesó todas las circunstancias con su
                pretendida imparcialidad, meditando sobre las probabilidades de sinceridad

                de cada relato, pero no adelantó nada; de uno y otro lado no encontraba más
                que  afirmaciones.  Se  puso  a  leer  de  nuevo,  pero  cada  línea  probaba  con

                mayor  claridad  que  aquel  asunto  que  ella  no  creyó  que  pudiese  ser
                explicado más que como una infamia en detrimento del proceder de Darcy,

                era susceptible de ser expuesto de tal modo que dejaba a Darcy totalmente
                exento de culpa.
                     Lo de los vicios y la prodigalidad que Darcy no vacilaba en imputarle a

                Wickham, la indignaba en exceso, tanto más cuanto que no tenía pruebas
                para rebatir el testimonio de Darcy. Elizabeth no había oído hablar nunca de
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