Page 212 - Orgullo y prejuicio
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sociedad, y los frecuentes medios de variar el humilde escenario doméstico

                que  nos  han  facilitado  nuestras  relaciones  con  Rosings,  nos  permiten
                esperar que su visita le haya sido grata. Nuestro trato con la familia de lady
                Catherine es realmente una ventaja extraordinaria y una bendición de la que

                pocos  pueden  alardear.  Ha  visto  en  qué  situación  estamos  en  Rosings,
                cuántas veces hemos sido invitados allí. Debo reconocer sinceramente que,

                con todas las desventajas de esta humilde casa parroquial, nadie que aquí
                venga  podrá  compadecerse  mientras  puedan  compartir  nuestra  intimidad

                con la familia de Bourgh.
                     Las palabras eran insuficientes para la elevación de sus sentimientos y

                se  vio  obligado  a  pasearse  por  la  estancia,  mientras  Elizabeth  trataba  de
                combinar la verdad con la cortesía en frases breves.
                     ––Así, pues, podrá usted llevar buenas noticias nuestras a Hertfordshire,

                querida prima. Al menos ésta es mi esperanza. Ha sido testigo diario de las
                grandes atenciones de lady Catherine para con la señora Collins, y confío en

                que no le habrá parecido que su amiga no es feliz. Pero en lo que se refiere
                a este punto mejor será que me calle. Permítame sólo asegurarle, querida

                señorita  Elizabeth,  que  le  deseo  de  todo  corazón  igual  felicidad  en  su
                matrimonio.  Mi  querida  Charlotte  y  yo  no  tenemos  más  que  una  sola

                voluntad  y  un  solo  modo  de  pensar.  Entre  nosotros  existen  en  todo  muy
                notables semejanzas de carácter y de ideas; parecemos hechos el uno para el
                otro.

                     Elizabeth pudo decir de veras que era una gran alegría que así fuese, y
                con la misma sinceridad añadió que lo creía firmemente y que se alegraba

                de su bienestar doméstico; pero, sin embargo, no lamentó que la descripción
                del  mismo  fuese  interrumpida  por  la  llegada  de  la  señora  de  quien  se

                trataba. ¡Pobre Charlotte! ¡Era triste dejarla en semejante compañía! Pero
                ella lo había elegido conscientemente. Se veía claramente que le dolía la

                partida de sus huéspedes, pero no parecía querer que la compadeciesen. Su
                hogar y sus quehaceres domésticos, su parroquia, su gallinero y todas las
                demás tareas anexas, todavía no habían perdido el encanto para ella.

                     Por fin llegó la silla de posta; se cargaron los baúles, se acomodaron los
                paquetes y se les avisó que todo estaba listo. Las dos amigas se despidieron
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