Page 209 - Orgullo y prejuicio
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pasado, insistí en que fueran con ellas dos criados varones; de otro modo,

                sería impropio de la señorita Darcy, la hija del señor Darcy de Pemberley y
                de lady Anne. Pongo mucho cuidado en estas cosas. Mande usted a John
                con las muchachas, señora Collins. Me alegro de que se me haya ocurrido,

                pues sería deshonroso para usted enviarlas solas.
                     ––Mi tío nos mandará un criado.

                     ––¡Ah! ¡Un tío de ustedes! ¿Conque tiene criado? Celebro que tengan a
                alguien que piense en estas cosas. ¿Dónde cambiarán los caballos? ¡Oh! En

                Bromley, desde luego. Si cita mi nombre en «La Campana» la atenderán
                muy bien.

                     Lady Catherine tenía otras muchas preguntas que hacer sobre el viaje y
                como no todas las contestaba ella, Elizabeth tuvo que prestarle atención; fue
                una suerte, pues de otro modo, con lo ocupada que tenía la cabeza, habría

                llegado a olvidar en dónde estaba. Tenía que reservar sus meditaciones para
                sus  horas  de  soledad;  cuando  estaba  sola  se  entregaba  a  ellas  como  su

                mayor  alivio;  no  pasaba  un  día  sin  que  fuese  a  dar  un  paseo  para  poder
                sumirse en la delicia de sus desagradables recuerdos.

                     Ya casi sabía de memoria la carta de Darcy. Estudiaba sus frases una por
                una, y los sentimientos hacia su autor eran a veces sumamente encontrados.

                Al fijarse en el tono en que se dirigía a ella, se llenaba de indignación, pero
                cuando consideraba con cuánta injusticia le había condenado y vituperado,
                volvía su ira contra sí misma y se compadecía del desengaño de Darcy. Su

                amor por ella excitaba su gratitud, y su modo de ser en general, su respeto;
                pero  no  podía  aceptarlo  y  ni  por  un  momento  se  arrepintió  de  haberle

                rechazado ni experimentó el menor deseo de volver a verle. El modo en que
                ella  se  había  comportado  la  llenaba  de  vergüenza  y  de  pesar

                constantemente, y los desdichados defectos de su familia le causaban una
                desazón horrible. No tenían remedio. Su padre se limitaba a burlarse de sus

                hermanas menores, pero nunca intentaba contener su impetuoso desenfreno;
                y  su  madre,  cuyos  modales  estaban  tan  lejos  de  toda  corrección,  era
                completamente  insensible  al  peligro.  Elizabeth  se  había  puesto  muchas

                veces  de  acuerdo  con  Jane  para  reprimir  la  imprudencia  de  Catherine  y
                Lydia,  pero  mientras  las  apoyase  la  indulgencia  de  su  madre,  ¿qué
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