Page 217 - Orgullo y prejuicio
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Con historias parecidas de fiestas y bromas, Lydia trató, con la ayuda de
las indicaciones de Catherine, de entretener a sus hermanas y a María
durante todo el camino hasta que llegaron a Longbourn. Elizabeth intentó
escucharla lo menos posible, pero no se le escaparon las frecuentes
alusiones a Wickham.
En casa las recibieron con todo el cariño. La señora Bennet se regocijó
al ver a Jane tan guapa como siempre, y el señor Bennet, durante la comida,
más de una vez le dijo a Elizabeth de todo corazón:
––Me alegro de que hayas vuelto, Lizzy.
La reunión en el comedor fue numerosa, pues habían ido a recoger a
María y a oír las noticias, la mayoría de los Lucas. Se habló de muchas
cosas. Lady Lucas interrogaba a María, desde el otro lado de la mesa, sobre
el bienestar y el corral de su hija mayor; la señora Bennet estaba
doblemente ocupada en averiguar las modas de Londres que su hija Jane le
explicaba por un lado, y en transmitir los informes a las más jóvenes de las
Lucas, por el otro. Lydia, chillando más que nadie, detallaba lo que habían
disfrutado por la mañana a todos los que quisieran escucharla.
––¡Oh, Mary! ––exclamó––. ¡Cuánto me hubiese gustado que hubieras
venido con nosotras! ¡Nos hemos divertido de lo lindo! Cuando íbamos
Catherine y yo solas, cerramos todas las ventanillas para hacer ver que el
coche iba vacío, y habríamos ido así todo el camino, si Catherine no se
hubiese mareado. Al llegar al «George» ¡fuimos tan generosas!,
obsequiamos a las tres con el aperitivo más estupendo del mundo, y si
hubieses venido tú, te habríamos invitado a ti también. ¡Y qué juerga a la
vuelta! Pensé que no íbamos a caber en el coche. Estuve a punto de
morirme de risa. Y todo el camino lo pasamos bárbaro; hablábamos y
reíamos tan alto que se nos habría podido oír a diez millas.
Mary replicó gravemente:
––Lejos de mí, querida hermana, está el despreciar esos placeres. Serán
propios, sin duda, de la mayoría de las mujeres. Pero confieso que a mí no
me hacen ninguna gracia; habría preferido mil veces antes un libro.
Pero Lydia no oyó una palabra de su observación. Rara vez escuchaba a
nadie más de medio minuto, y a Mary nunca le hacía ni caso.