Page 221 - Orgullo y prejuicio
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hablando  mal  continuamente  de  alguien  sin  decir  nada  justo;  pero  no  es

                posible  estar  siempre  riéndose  de  una  persona  sin  dar  alguna  vez  en  el
                clavo.
                     ––Estoy segura, Elizabeth, de que al leer la carta de Darcy, por primera

                vez, no pensaste así.
                     ––No habría podido, es cierto. Estaba tan molesta, o, mejor dicho, tan

                triste. Y lo peor de todo era que no tenía a quién confiar mi pesar. ¡No tener
                a nadie a quien hablar de lo que sentía, ninguna Jane que me consolara y me

                dijera que no había sido tan frágil, tan vana y tan insensata como yo me
                creía! ¡Qué falta me hiciste!

                     ––¡Haber  atacado  a  Darcy  de  ese  modo  por  defender  a  Wickham,  y
                pensar ahora que no lo merecía!
                     ––Es  cierto;  pero  estaba  amargada  por  los  prejuicios  que  había  ido

                alimentando.  Necesito  que  me  aconsejes  en  una  cosa.  ¿Debo  o  no  debo
                divulgar lo que he sabido de Wickham?

                     Jane meditó un rato y luego dijo:
                     ––Creo que no hay por qué ponerle en tan mal lugar. ¿Tú qué opinas?

                     ––Que tienes razón. Darcy no me ha autorizado para que difunda lo que
                me ha revelado. Al contrario, me ha dado a entender que debo guardar la

                mayor  reserva  posible  sobre  el  asunto  de  su  hermana.  Y,  por  otra  parte,
                aunque quisiera abrirle los ojos a la gente sobre su conducta en las demás
                cosas, ¿quién me iba a creer? El prejuicio en contra de Darcy es tan fuerte

                que la mitad de las buenas gentes de Meryton morirían antes de tener que
                ponerle  en  un  pedestal.  No  sirvo  para  eso.  Wickham  se  irá  pronto,  y  es

                mejor que me calle. Dentro de algún tiempo se descubrirá todo y entonces
                podremos reírnos de la necedad de la gente por no haberlo sabido antes. Por

                ahora no diré nada.
                     ––Me  parece muy bien. Si propagases sus  defectos podrías arruinarle

                para siempre. A lo mejor se arrepiente de lo que hizo y quiere enmendarse.
                No debemos empujarle a la desesperación.
                     El tumulto de la mente de Elizabeth se apaciguó con esta conversación.

                Había descargado uno de los dos secretos que durante quince días habían
                pesado sobre su alma, y sabía que Jane la escucharía siempre de buen grado
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