Page 226 - Orgullo y prejuicio
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––Si supieras ––replicó Elizabeth–– los grandes daños que nos puede

                acarrear a todos lo que diga la gente del proceder inconveniente e indiscreto
                de Lydia, y los que ya nos ha acarreado, estoy segura de que pensarías de
                modo muy distinto.

                     ––¡Que  ya  nos  ha  acarreado!  ––exclamó  el  señor  Bennet––.  ¿Ha
                ahuyentado a alguno de tus pretendientes? ¡Pobre Lizzy! Pero no te aflijas.

                Esos jóvenes tan delicados que no pueden soportar tales tonterías no valen
                la pena. Ven, dime cuáles son los remilgados galanes a quienes ha echado

                atrás la locura de Lydia.
                     ––No  me  entiendes.  No  me  quejo  de  eso.  No  denuncio  peligros

                concretos, sino generales. Nuestro prestigio y nuestra respetabilidad ante la
                gente serán perjudicados por la extrema ligereza, el desdén y el desenfreno
                de Lydia. Perdona, pero tengo que hablarte claramente. Si tú, querido padre,

                no quieres tomarte la molestia de reprimir su euforia, de enseñarle que no
                debe  consagrar  su  vida  a  sus  actuales  pasatiempos,  dentro  de  poco  será

                demasiado  tarde  para  que  se  enmiende.  Su  carácter  se  afirmará  y  a  los
                dieciséis  años  será  una  coqueta  incorregible  que  no  sólo  se  pondrá  en

                ridículo a sí misma, sino a toda su familia; coqueta, además, en el peor y
                más ínfimo grado de coquetería, sin más atractivo que su juventud y sus

                regulares prendas físicas; ignorante y de cabeza hueca, incapaz de reparar
                en  lo  más  mínimo  el  desprecio  general  que  provocará  su  afán  de  ser
                admirada.  Catherine  se  encuentra  en  el  mismo  peligro,  porque  irá  donde

                Lydia  la  lleve;  vana,  ignorante,  perezosa  y  absolutamente  incontrolada.
                Padre, ¿puedes creer que no las criticarán y las despreciarán en dondequiera

                que vayan, y que no envolverán en su desgracia a las demás hermanas?
                     El señor Bennet se dio cuenta de que Elizabeth hablaba con el corazón.

                Le tomó la mano afectuosamente y le contestó:
                     ––No te intranquilices, amor mío. Tú y Jane seréis siempre respetadas y

                queridas en todas partes, y no pareceréis menos aventajadas por tener dos o
                quizá tres hermanas muy necias. No habrá paz en Longbourn si Lydia no va
                a Brighton. Déjala que, vaya. El coronel Forster es un hombre sensato y la

                vigilará. Y ella es por suerte demasiado pobre para ser objeto de la rapiña
                de  nadie.  Su  coquetería  tendrá  menos  importancia  en  Brighton  que  aquí,
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