Page 229 - Orgullo y prejuicio
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fácilmente se comprende su actitud.
La alarma de Wickham se delató entonces por su rubor y la agitación de
su mirada; se quedó callado unos instantes hasta que logró vencer su
embarazo y dirigiéndose de nuevo a Elizabeth dijo en el tono más amable:
––Usted que conoce tan bien mi resentimiento contra el señor Darcy,
comprenderá cuán sinceramente me he de alegrar de que sea lo bastante
astuto para asumir al menos una corrección exterior. Con ese sistema su
orgullo puede ser útil, si no a él; a muchos otros, pues le apartará del mal
comportamiento del que yo fui víctima. Pero mucho me temo que esa
especie de prudencia a que usted parece aludir la emplee únicamente en sus
visitas a su tía, pues no le conviene conducirse mal en su presencia. Sé muy
bien que siempre ha cuidado las apariencias delante de ella con el deseo de
llevar a buen fin su boda con la señorita de Bourgh, en la que pone todo su
empeño.
Elizabeth no pudo reprimir una sonrisa al oír esto; pero no contestó más
que con una ligera inclinación de cabeza. Advirtió que Wickham iba a
volver a hablar del antiguo tema de sus desgracias, y no estaba de humor
para permitírselo. Durante el resto de la velada Wickham fingió su
acostumbrada alegría, pero ya no intentó cortejar a Elizabeth. Al fin se
separaron con mutua cortesía y también probablemente con el mutuo deseo
de no volver a verse nunca.
Al terminar la tertulia, Lydia se fue a Meryton con la señora Forster, de
donde iban a partir temprano a la mañana siguiente. Su despedida de la
familia fue más ruidosa que patética. Catherine fue la única que lloró,
aunque de humillación y de envidia. La señora Bennet le deseó a su hija que
se divirtiera tanto como pudiese, consejo que la muchacha estaba dispuesta
a seguir al pie de la letra. Y su alboroto al despedirse fue tan clamoroso, que
ni siquiera oyó el gentil adiós de sus hermanas.