Page 234 - Orgullo y prejuicio
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señora  Gardiner  manifestó  deseos  de  volver  a  ver  Pemberley.  El  señor

                Gardiner no puso inconveniente y solicitó la aprobación de Elizabeth.
                     ––Querida ––le dijo su tía––, ¿no te gustaría ver un sitio del que tanto
                has oído hablar y que está relacionado con tantos conocidos tuyos? Ya sabes

                que Wickham pasó allí toda su juventud.
                     Elizabeth  estaba  angustiada.  Sintió  que  nada  tenía  que  hacer  en

                Pemberley y se vio obligada a decir que no le interesaba. Tuvo que confesar
                que estaba cansada de las grandes casas, después de haber visto tantas; y

                que no encontraba ningún placer en ver primorosas alfombras y cortinas de
                raso.

                     La señora Gardiner censuró su tontería.
                     ––Si sólo se tratase de una casa ricamente amueblada ––dijo–– tampoco
                me interesaría a mí; pero la finca es una maravilla. Contiene uno de los más

                bellos bosques del país.
                     Elizabeth no habló más, pero ya no tuvo punto de reposo. Al instante

                pasó  por  su  mente  la  posibilidad  de  encontrarse  con  Darcy  mientras
                visitaban Pemberley. ¡Sería horrible! Sólo de pensarlo se ruborizó, y creyó

                que  valdría  más  hablar  con  claridad  a  su  tía  que  exponerse  a  semejante
                riesgo.  Pero  esta  decisión  tenía  sus  inconvenientes,  y  resolvió  que  no  la

                adoptaría más que en el caso de que sus indagaciones sobre la ausencia de
                la familia del propietario fuesen negativas.
                     En  consecuencia,  al  irse  a  descansar  aquella  noche  preguntó  a  la

                camarera si Pemberley era un sitio muy bonito, cuál era el nombre de su
                dueño y por fin, con no poca preocupación, si la familia estaba pasando el

                verano allí. La negativa que siguió a esta última pregunta fue la más bien
                recibida  del  mundo.  Desaparecida  ya  su  inquietud,  sintió  gran  curiosidad

                hasta  por  la  misma  casa,  y  cuando  a  la  mañana  siguiente  se  volvió  a
                proponer el plan y le consultaron, respondió al instante, con evidente aire de

                indiferencia, que no le disgustaba la idea.
                     Por lo tanto salieron para Pemberley.
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