Page 235 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XLIII
Elizabeth divisó los bosques de Pemberley con cierta turbación, y
cuando por fin llegaron a la puerta, su corazón latía fuertemente.
La finca era enorme y comprendía gran variedad de tierras. Entraron por
uno de los puntos más bajos y pasearon largamente a través de un hermoso
bosque que se extendía sobre su amplia superficie.
La mente de Elizabeth estaba demasiado ocupada para poder conversar;
pero observaba y admiraba todos los parajes notables y todas las vistas.
Durante media milla subieron una cuesta que les condujo a una loma
considerable donde el bosque se interrumpía y desde donde vieron en
seguida la casa de Pemberley, situada al otro lado del valle por el cual se
deslizaba un camino algo abrupto. Era un edificio de piedra, amplio y
hermoso, bien emplazado en un altozano que se destacaba delante de una
cadena de elevadas colinas cubiertas de bosque, y tenía enfrente un arroyo
bastante caudaloso que corría cada vez más potente, completamente natural
y salvaje. Sus orillas no eran regulares ni estaban falsamente adornadas con
obras de jardinería. Elizabeth se quedó maravillada. Jamás había visto un
lugar más favorecido por la naturaleza o donde la belleza natural estuviese
menos deteriorada por el mal gusto. Todos estaban llenos de admiración, y
Elizabeth comprendió entonces lo que podría significar ser la señora de
Pemberley.
Bajaron la colina, cruzaron un puente y siguieron hasta la puerta.
Mientras examinaban el aspecto de la casa de cerca, Elizabeth temió otra