Page 237 - Orgullo y prejuicio
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vino a decirles que aquel era una joven hijo del último administrador de su
señor, educado por éste a expensas suyas.
––Ahora ha entrado en el ejército ––––añadió–– y creo que es un bala
perdida.
La señora Gardiner miró a su sobrina con una sonrisa, pero Elizabeth se
quedó muy seria.
––Y éste ––dijo la señora Reynolds indicando otra de las miniaturas––
es mi amo, y está muy parecido. Lo pintaron al mismo tiempo que el otro,
hará unos ocho años.
––He oído hablar mucho de la distinción de su amo ––replicó la señora
Gardiner contemplando el retrato––, es guapo. Elizabeth, dime si está o no
parecido.
El respeto de la señora Reynolds hacia Elizabeth pareció aumentar al
ver que conocía a su señor ––¿Conoce la señorita al señor Darcy?
Elizabeth se sonrojó y respondió:
––Un poco.
––¿Y no cree la señorita que es un caballero muy apuesto?
––Sí, muy guapo.
––Juraría que es el más guapo que he visto; pero en la galería del piso
de arriba verán ustedes un retrato suyo mejor y más grande. Este cuarto era
el favorito de mi anterior señor, y estas miniaturas están tal y como estaban
en vida suya. Le gustaban mucho.
Elizabeth se explicó entonces porque estaba entre ellas la de Wickham.
La señora Reynolds les enseñó entonces un retrato de la señorita Darcy,
pintado cuando sólo tenía ocho años.
––¿Y la señorita Darcy es tan guapa como su hermano?
––¡Oh, sí! ¡Es la joven más bella que se haya visto jamás! ¡Y tan
aplicada! Toca y canta todo el día. En la siguiente habitación hay un piano
nuevo que le acaban de traer, regalo de mi señor. Ella también llegará
mañana con él.
El señor Gardiner, con amabilidad y destreza, le tiraba de la lengua, y la
señora Reynolds, por orgullo y por afecto, se complacía evidentemente en
hablar de su señor y de la hermana.