Page 232 - Orgullo y prejuicio
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Lydia, al marcharse, prometió escribir muy a menudo y con todo detalle

                a su madre y a Catherine, pero sus cartas siempre se hacían esperar mucho y
                todas eran breves. Las dirigidas a su madre decían poco más que acababan
                de regresar de la sala de lectura donde las habían saludado tales y cuales

                oficiales, que el decorado de la sala era tan hermoso que le había quitado el
                sentido, que tenía un vestido nuevo o una nueva sombrilla que describiría

                más extensamente, pero que no podía porque la señora Forster la esperaba
                para  ir  juntas  al  campamento...  Por  la  correspondencia  dirigida  a  su

                hermana,  menos  se  podía  saber  aún,  pues  sus  cartas  a  Catherine,  aunque
                largas, tenían muchas líneas subrayadas que no podían hacerse públicas.

                     Después de las dos o tres semanas de la ausencia de Lydia, la salud y el
                buen  humor  empezaron  a  reinar  en  Longbourn.  Todo  presentaba  mejor
                aspecto. Volvían las familias que habían pasado el invierno en la capital y

                resurgían las galas y las invitaciones del verano. La señora Bennet se repuso
                de su estado quejumbroso y hacia mediados de junio Catherine estaba ya lo

                bastante consolada para poder entrar en Meryton sin lágrimas. Este hecho
                era  tan  prometedor,  que  Elizabeth  creyó  que  en  las  próximas  Navidades

                Catherine sería ya tan razonable que no mencionaría a un oficial ni una sola
                vez al día, a no ser que por alguna cruel y maligna orden del ministerio de

                la Guerra se acuartelara en Meryton un nuevo regimiento.
                     La época fijada para la excursión al Norte ya se aproximaba; no faltaban
                más que dos semanas, cuando se recibió una carta de la señora Gardiner que

                aplazaba  la  fecha  de  la  misma  y,  a  la  vez,  abreviaba  su  duración.  Los
                negocios del señor Gardiner le impedían partir hasta dos semanas después

                de comenzado julio, y tenía que estar de vuelta en Londres en un mes; y
                como esto reducía demasiado el tiempo para ir hasta tan lejos y para que

                viesen todas las cosas que habían proyectado, o para que pudieran verlas
                con el reposo y comodidad suficientes, no había más remedio que renunciar

                a los Lagos y pensar en otra excursión más limitada, en vista de lo cual no
                pasarían de Derbyshire. En aquella comarca había bastantes cosas dignas de
                verse  como  para  llenar  la  mayor  parte  del  tiempo  de  que  disponían,  y,

                además,  la  señora  Gardiner  sentía  una  atracción  muy  especial  por
                Derbyshire.  La  ciudad  donde  había  pasado  varios  años  de  su  vida  acaso
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