Page 224 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XLI
Pasó pronto la primera semana del regreso, y entraron en la segunda,
que era la última de la estancia del regimiento en Meryton. Las jóvenes de
la localidad languidecían; la tristeza era casi general. Sólo las hijas mayores
de los Bennet eran capaces de comer, beber y dormir como si no pasara
nada. Catherine y Lydia les reprochaban a menudo su insensibilidad.
Estaban muy abatidas y no podían comprender tal dureza de corazón en
miembros de su propia familia.
––¡Dios mío! ¿Qué va a ser de nosotras? ¿Qué vamos a hacer? ––
exclamaban desoladas––. ¿Cómo puedes sonreír de esa manera, Elizabeth?
Su cariñosa madre compartía su pesar y se acordaba de lo que ella
misma había sufrido por una ocasión semejante hacía veinticinco años.
––Recuerdo ––decía–– que lloré dos días seguidos cuando se fue el
regimiento del coronel Miller, creí que se me iba a partir el corazón.
––El mío también se hará pedazos ––dijo Lydia.
––¡Si al menos pudiéramos ir a Brighton! ––suspiró la señora Bennet.
––¡Oh, sí! ¡Si al menos pudiéramos ir a Brighton! ¡Pero papá es tan
poco complaciente!
––Unos baños de mar me dejarían como nueva. ––Y tía Philips asegura
que a mí también me sentarían muy bien ––añadió Catherine.
Estas lamentaciones resonaban de continuo en la casa de Longbourn.
Elizabeth trataba de mantenerse aislada, pero no podía evitar la vergüenza.
Reconocía de nuevo la justicia de las observaciones de Darcy, y nunca se