Page 281 - Orgullo y prejuicio
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consideración me mueve a recordar con la mayor satisfacción cierto

                     suceso del pasado noviembre, pues a no haber ido las cosas como
                     fueron, me vería ahora envuelto en toda la tristeza y desgracia de
                     ustedes.  Permítame,  pues,  que  le  aconseje,  querido  señor,  que  se

                     resigne todo lo que pueda y arranque a su indigna hija para siempre
                     de su corazón, y deje que recoja ella los frutos de su abominable

                     ofensa.



                     El señor Gardiner no volvió a escribir hasta haber recibido contestación

                del  coronel  Forster,  pero  no  pudo  decir  nada  bueno.  No  se  sabía  que
                Wickham tuviese relación con ningún pariente y se aseguraba que no tenía
                ninguno cercano. Antiguamente había tenido muchas amistades, pero desde

                su ingreso en el ejército parecía apartado de todo el mundo. No había nadie,
                por consiguiente, capaz de dar noticias de su paradero. Había un poderoso

                motivo para que se ocultara, que venía a sumarse al temor de ser descu-
                bierto  por  la  familia  de  Lydia,  y  era  que  había  dejado  tras  sí  una  gran

                cantidad  de  deudas  de  juego.  El  coronel  Forster  opinaba  que  serían
                necesarias más de mil libras para clarear sus cuentas en Brighton. Mucho

                debía  en  la  ciudad,  pero  sus  deudas  de  honor  eran  aún  más  elevadas.  El
                señor  Gardiner  no  se  atrevió  a  ocultar  estos  detalles  a  la  familia  de
                Longbourn. Jane se horrorizó:

                     ––¡Un jugador! Eso no lo esperaba. ¡No podía imaginármelo!
                     Añadía el señor Gardiner en su carta que el señor Bennet iba a regresar

                a Longbourn al día siguiente, que era sábado. Desanimado por el fracaso de
                sus  pesquisas  había  cedido  a  las  instancias  de  su  cuñado  para  que  se
                volviese  a  su  casa  y  le  dejase  hacer  a  él  mientras  las  circunstancias  no

                fuesen más propicias para una acción conjunta. Cuando se lo dijeron a la
                señora Bennet, no demostró la satisfacción que sus hijas esperaban en vista

                de sus inquietudes por la vida de su marido.
                     ––¿Que viene a casa y sin la pobre Lydia? exclamó––. No puedo creer

                que salga de Londres sin haberlos encontrado. ¿Quién retará a Wickham y
                hará que se case, si Bennet regresa?
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