Page 293 - Orgullo y prejuicio
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mínimo  sentimiento  de  vergüenza.  El  matrimonio  de  una  hija  que

                constituyó el principal de sus anhelos desde que Jane tuvo dieciséis años,
                iba ahora a realizarse. No pensaba ni hablaba más que de bodas elegantes,
                muselinas  finas,  nuevos  criados  y  nuevos  carruajes.  Estaba  ocupadísima

                buscando en la vecindad una casa conveniente para la pareja, y sin saber ni
                considerar cuáles serían sus ingresos, rechazó muchas por falta de amplitud

                o de suntuosidad.
                     ––Haye Park ––decía–– iría muy bien si los Gouldings lo dejasen; o la

                casa de Stoke, si el salón fuese mayor; ¡pero Asworth está demasiado lejos!
                Yo no podría resistir que viviese a diez millas de distancia. En cuanto a la

                Quinta de Purvis, los áticos son horribles.
                     Su  marido  la  dejaba  hablar  sin  interrumpirla  mientras  los  criados
                estaban delante. Pero cuando se marcharon, le dijo:

                     ––Señora  Bennet,  antes  de  tomar  ninguna  de  esas  casas  o  todas  ellas
                para tu hija, vamos a dejar las cosas claras. Hay en esta vecindad una casa

                donde nunca serán admitidos. No animaré el impudor de ninguno de los dos
                recibiéndolos en Longbourn.

                     A  esta  declaración  siguió  una  larga  disputa,  pero  el  señor  Bennet  se
                mantuvo firme. Se pasó de este punto a otro y la señora Bennet vio con

                asombro  y  horror  que  su  marido  no  quería  adelantar  ni  una  guinea  para
                comprar el traje de novia a su hija. Aseguró que no recibiría de él ninguna
                prueba de afecto en lo que a ese tema se refería. La señora Bennet no podía

                comprenderlo;  era  superior  a  las  posibilidades  de  su  imaginación  que  el
                rencor de su marido llegase hasta el punto de negar a su hija un privilegio

                sin  el  cual  su  matrimonio  apenas  parecería  válido.  Era  más  sensible  a  la
                desgracia de que su hija no tuviese vestido de novia que ponerse, que a la

                vergüenza de que se hubiese fugado y hubiese vivido con Wickham quince
                días antes de que la boda se celebrara.

                     Elizabeth se arrepentía más que nunca de haber comunicado a Darcy,
                empujada por el dolor del momento, la acción de su hermana, pues ya que
                la boda iba a cubrir el escándalo de la fuga, era de suponer que los ingratos

                preliminares serían ocultados a todos los que podían ignorarlos.
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