Page 300 - Orgullo y prejuicio
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el círculo familiar era aún más deseable para los que pensaban que para los
que no pensaban.
El cariño de Wickham por Lydia era exactamente tal como Elizabeth se
lo había imaginado, y muy distinto que el de Lydia por él. No necesitó
Elizabeth más que observar un poco a su hermana para darse cuenta de que
la fuga había obedecido más al amor de ella por él que al de él por ella. Se
habría extrañado de que Wickham se hubiera fugado con una mujer hacia la
que no sentía ninguna atracción especial, si no hubiese tenido por cierto que
la mala situación en que se encontraba le había impuesto aquella acción, y
no era él hombre, en semejante caso, para rehuir la oportunidad de tener una
compañera.
Lydia estaba loca por él; su «querido Wickham» no se la caía de la boca,
era el hombre más perfecto del mundo y todo lo que hacía estaba bien
hecho. Aseguraba que a primeros de septiembre Wickham mataría más
pájaros que nadie de la comarca.
Una mañana, poco después de su llegada, mientras estaba sentada con
sus hermanas mayores, Lydia le dijo a Elizabeth:
––Creo que todavía no te he contado cómo fue mi boda. No estabas
presente cuando se la expliqué a mamá y a las otras. ¿No te interesa
saberlo?
––Realmente, no ––contestó Elizabeth––; no deberías hablar mucho de
ese asunto.
––¡Ay, qué rara eres! Pero quiero contártelo. Ya sabes que nos casamos
en San Clemente, porque el alojamiento de Wickham pertenecía a esa
parroquia. Habíamos acordado estar todos allí a las once. Mis tíos y yo
teníamos que ir juntos y reunirnos con los demás en la iglesia. Bueno; llegó
la mañana del lunes y yo estaba que no veía. ¿Sabes? ¡Tenía un miedo de
que pasara algo que lo echase todo a perder, me habría vuelto loca!
Mientras me vestí, mi tía me estuvo predicando dale que dale como si me
estuviera leyendo un sermón. Pero yo no escuché ni la décima parte de sus
palabras porque, como puedes suponer, pensaba en mi querido Wickham, y
en si se pondría su traje azul para la boda.