Page 315 - Orgullo y prejuicio
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motivo, todos los vecinos viesen a Bingley antes que ellos. Al acercarse el

                día de la llegada, Jane dijo:
                     ––A pesar de todo, empiezo a sentir que venga. No me importaría nada
                y le veré con la mayor indiferencia, pero no puedo resistir oír hablar de él

                perpetuamente. Mi madre lo hace con la mejor intención, pero no sabe, ni
                sabe nadie, el sufrimiento que me causa. No seré feliz hasta que Bingley se

                haya ido de Netherfield.
                     ––Querría decirte algo para consolarte ––contestó Elizabeth––, pero no

                puedo.  Debes  comprenderlo.  Y  la  normal  satisfacción  de  recomendar
                paciencia a los que sufren me está vedada porque a ti nunca te falta.

                     Bingley  llegó.  La  señora  Bennet  trató  de  obtener  con  ayuda  de  las
                criadas las primeras noticias, para aumentar la ansiedad y el mal humor que
                la consumían. Contaba los días que debían transcurrir para invitarle, ya que

                no  abrigaba  esperanzas  de  verlo  antes.  Pero  a  la  tercera  mañana  de  la
                llegada de Bingley al condado, desde la ventana de su vestidor le vio que

                entraba por la verja a caballo y se dirigía hacia la casa.
                     Llamó al punto a sus hijas para que compartieran su gozo. Jane se negó

                a dejar su lugar junto a la mesa. Pero Elizabeth, para complacer a su madre,
                se  acercó  a  la  ventana,  miró  y  vio  que  Bingley  entraba  con  Darcy,  y  se

                volvió a sentar al lado de su hermana.
                     ––Mamá, viene otro caballero con él ––dijo Catherine––. ¿Quién será?
                     ––Supongo que algún conocido suyo, querida; no le conozco.

                     ––¡Oh!  –– exclamó Catherine––. Parece aquel señor  que antes estaba
                con él. El señor... ¿cómo se llama? Aquel señor alto y orgulloso.

                     ––¡Santo Dios! ¿El señor Darcy? Pues sí, es él. Bueno; cualquier amigo
                del señor Bingley será siempre bienvenido a esta casa; si no fuera por eso...

                No puedo verle ni en pintura.
                     Jane  miró  a  Elizabeth  con  asombro  e  interés.  Sabía  muy  poco  de  su

                encuentro  en  Derbyshire  y,  por  consiguiente,  comprendía  el  horror  que
                había de causarle a su hermana ver a Darcy casi por primera vez después de
                la carta aclaratoria. Las dos  hermanas estaban bastante intranquilas; cada

                una sufría por la otra, y como es natural, por sí misma. Entretanto la madre
                seguía perorando sobre su odio a Darcy y sobre su decisión de estar cortés
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