Page 310 - Orgullo y prejuicio
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––Puede que preparase su matrimonio con la señorita de Bourgh ––dijo

                Elizabeth––.  Debe  de  ser  algo  especial  para  que  esté  en  Londres  en  esta
                época del año.
                     ––Indudablemente. ¿Le viste cuando estuviste en Lambton? Creo que

                los Gardiner me dijeron que sí.
                     ––Efectivamente; nos presentó a su hermana.

                     ––¿Y te gustó?
                     ––Muchísimo.

                     ––Es  verdad  que  he  oído  decir  que  en  estos  dos  últimos  años  ha
                mejorado extraordinariamente. La última vez que la vi no prometía mucho.

                Me alegro de que te gustase. Espero que le vaya bien.
                     ––Le irá bien. Ha pasado ya la edad más difícil.
                     ––¿Pasaste por el pueblo de Kimpton?

                     ––No me acuerdo.
                     ––Te lo digo, porque ésa es la rectoría que debía haber tenido yo. ¡Es un

                lugar  delicioso!  ¡Y  qué  casa  parroquial  tan  excelente  tiene!  Me  habría
                convenido desde todos los puntos de vista.

                     ––¿Te habría gustado componer sermones?
                     ––Muchísimo. Lo habría tomado como una parte de mis obligaciones y

                pronto no me habría costado ningún esfuerzo. No puedo quejarme, pero no
                hay duda de que eso habría sido lo mejor para mí. La quietud y el retiro de
                semejante vida habrían colmado todos mis anhelos. ¡Pero no pudo ser! ¿Le

                oíste a Darcy mencionar ese tema cuando estuviste en Kent?
                     ––Supe  de  fuentes  fidedignas  que  la  parroquia  se  te  legó  sólo

                condicionalmente y a la voluntad del actual señor de Pemberley.
                     ––¿Eso te ha dicho? Sí, algo de eso había; así te lo conté la primera vez,

                ¿te acuerdas?
                     ––También oí decir que hubo un tiempo en que el componer sermones

                no  te  parecía  tan  agradable  como  ahora,  que  entonces  declaraste  tu
                intención  de  no  ordenarte  nunca,  y  que  el  asunto  se  liquidó  de  acuerdo
                contigo.

                     ––Sí,  es  cierto.  Debes  recordar  lo  que  te  dije  acerca  de  eso  cuando
                hablamos de ello la primera vez.
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